¿ Quién fue Josefina Gálvez?
EL CANJE DE JOSEFINA GÁLVEZ
Lo que se ha llamado la «humanización» de la Guerra Civil resultaron ser fórmulas precisas de ayuda y colaboración que se establecieron, casi espontáneamente, en los primeros meses de la guerra.
El Comité Internacional de la Cruz Roja realizó una importante labor con los prisioneros y en los canjes de aviadores, soldados de la Brigadas Internacionales u otro personal, protegido por los Convenios de Ginebra. Sus delegados buscaron soluciones al problema de los refugiados en las embajadas y legaciones de Madrid y elaboraron propuestas, en tal sentido, que fueron remitidas en octubre de 1937 a los gobiernos de Valencia y Burgos. Propuestas que fueron desestimadas en ambas zonas.
Los canjes, el intercambio de prisioneros, se convirtieron en un método por el cual se abordaron problemas de no gran relevancia, pero que sirvieron para encontrar salidas imposibles, desde la rigidez del esquema militar o la no recuperada diplomacia republicana.
Sobre el canje de prisioneros enumera el general Franco los delitos cometidos por los sentenciados en la zona nacional, «por haber pertenecido a la zona roja, de cabecillas, haber dado órdenes de fusilamiento, asalto de cárceles, campaña de difamación y provocación y estímulo al crimen y asaltos a bancos y a la propiedad, violaciones, al frente de checas y comités, quemas de iglesias o incendios de pueblos, destrucción de más de quinientos puentes…».
Continúa Franco: «Los que ofrecen en la España Roja son gente pacífica, familiares que, aterrados por el asesinato, se han refugiado en embajadas o han caído en las cárceles, militares que no habían cometido acto alguno de hostilidad…, personas de orden, indiferentes en política. Los diplomáticos extranjeros, por el medio en que han vivido, han extremado su interés por personas de la aristocracia española que, refugiados en algunas embajadas, trataron de canjear por los presos más destacados de la España Nacional; esto es: el canje de delincuentes o peces gordos rojos por personas pacíficas. Los rojos no desean más que a Irujo, el hijo de Miaja, etc. En España no había rehenes y estaban en libertad los familiares de los principales responsables, padres de Negrín…».
En las Memorias, de Santiago Carrillo, sostiene una viva hostilidad contra canjes, embajadas, fundándose en la lucha sin cuartel contra la Quinta Columna.
Las primeras informaciones que comenzaron a llegarnos indicaban que en la Embajada de Finlandia y en las de Alemania e Italia se refugiaba una buena parte de la Quinta Columna. Incluso en embajadas de países amigos, como México y Chile, se habían asilado, junto con gente de derecha, lógicamente asustada, elementos activos de la quinta columna que esperaban la ocasión de ponerse en acción.
La Junta recibió la denuncia de que, de la embajada finlandesa, además de ser cobijo de la Quinta columna, había individuos que salían a realizar actos de terrorismo y luego volvían a refugiarse, protegidos por la extraterritorialidad.
«Se decidió vigilar esa embajada y, como se confirmara la denuncia, la junta acordó entrar en sus locales y capturar a los allí refugiados. Eran alrededor de setecientos y disponían de armas de fuego y bombas. La mayor parte quedaron detenidos».
LA DETENCIÓN. CONDICION DE REHEN.
Sin la referencia obligada en el caso de estudios de represión, de quien procedió la denuncia, Josefina Gálvez fue detenida a principios de agosto de 1936.
«Un día de los primeros de agosto se presentaron a detenerla un comunista, Manuel Bas, un socialista, Miguel Retamero, un sindicalista, Sebastián Arroyo y un federal, José Salmerón, portando un mandato judicial firmado por el juez municipal interino, Baltasar Peña Hinojosa».
Posiblemente sea una de las escasas fórmulas de «Estado» empleadas por la República en Málaga. Un rehén que, desde la eternidad de las guerras, sirvió en las complejas redes de las negociaciones entre los contendientes. Josefina Gálvez poseía un valor extraordinario, como podría comprobarse en los meses posteriores: hija del Dr. Gálvez, esposa del capitán Haya, cuñada de Gómez Morato.
Fue empleado un mandato judicial, pero no ejecutado por Fuerzas de Asalto o Guardia Civil. De acuerdo con la Ley de Defensa de la República, debió de ser acusada de «desafección al Régimen», «traición» o «detenida a disposición del gobernador civil».
Churchill describe a De Gaulle como un expendedor de noticias, muchas perjudiciales para los aliados por su incontinencia verbal, a través de los micrófonos. En la detención de Josefina Gálvez no pudo dejar «de intervenir». Queipo de Llano, quien, en sus charlas, «señaló» a un preciado rehén en la esposa del capitán Haya. Como ella misma cuenta a M. Formica.
La Ley de Defensa de la República permitía el uso de la legalidad en la detención. Desde marzo de 1936 se había empleado con severidad contra Falange Española en Málaga. Por los expedientes que pudimos recoger de los
«retenidos», en la desaparecida prisión provincial, el deterioro de las actuaciones judiciales
«Domingo Lozano. 19, marzo, 1936. Ingresa en esta prisión, procedente de: libertad. Entregado por: la fuerza pública. En concepto de: detenido. A disposición del: Excmo. Sr. gobernador civil de la provincia. Y como comprendido en la vigente Ley de Orden público no se halla sujeto a otra responsabilidad. 21, julio, 1939. Se recibe y une oficio de FET y de JONS interesando certificación de estancia, extendiéndose con esta misma fecha, 14, marzo, 1940. Se expide certificación de su estancia de acuerdo con su petición. El director. El subdirector».
Hasta la información del Comité de Salud Pública se aplica, con dificultades, la Ley de Defensa de la República.
«22, julio, 1936. Ingresa en esta prisión procedente de libertad, entregado por fuerza de asalto, en concepto de detenido a disposición del gobernador civil con orden que se une».
«Quedando notificada:
29 de agosto, 1936. En el día de hoy y en virtud de orden de este Gobierno Civil que se une al expediente de Francisco Sánchez de la Campa es entregado este individuo a la patrulla portadora de la expresada orden para ser conducidos ante el Comité de Salud y ser interrogado».
La instauración de los tribunales populares rechaza, limitándolas, las ilegalidades judiciales. Evidenciándose las formas de los expertos miembros de derecho del tribunal para terminar liberando a los acusados.
«29, enero, 1937. Se recibe y une mandamiento del Tribunal del Jurado de Urgencia de esta capital, por el que se decreta la LIBERTAD de este individuo, en el juicio número 31 de 1937 sobre desafección al régimen, dimanante de las diligencias a que se refiere la nota anterior, y quedando RETENIDO a disposición del juez de instrucción del Distrito de la Alameda de esta capital, que le instruye expediente sobre aplicación de la Ley de Vagos y maleantes, y el cual es el competente para la aplicación de la Ley de Amnistía en su caso, por haberlo así acordado en sentencia de este día dictada en el indicado juicio. Se cumplimenta a ambas autoridades.
2, febrero, 1937. EN LIBERTAD DEFINITIVA en virtud de mandamiento que se une del Juzgado de Instrucción del Distrito de la Alameda de esta capital, en virtud de providencia dictada en el expediente de vagos que le instruye. Se cumplimenta y comunica».
Algunos de los expedientes procesales escriben con hipocresía el
«final» del detenido:
«24, septiembre, 1936. En este día y en virtud de la indignación que produjo en el pueblo malagueño el bombardeo de un avión rebelde sobre la capital, sin que pudiera evitarse, las masas populares invadieron el establecimiento, excarcelando a este. Juzgado: gubernativo. Delito: Ley de O».
Las «sacas» invocan «el terror» ya lejos de la República y sus leyes.
El canje de Josefina Gálvez constituye uno de los episodios de nuestra Guerra Civil, desvelando hechos que engrandecieron a españoles: heroísmo, generosidad, miedo, terror, y una extremada complejidad en los personajes que componen la historia. Con tantas aristas que cualquier predeterminación es inútil.
Josefina acababa de dar a luz dos hijos gemelos, Héctor y Aquiles. Evocadores nombres de grandes guerreros y altas consideraciones morales. Parte de su familia se encontraba refugiada en Gibraltar:
«Me fue imposible abandonar a mi padre, ya muy anciano, que hubiera quedado solo, y en gran riesgo, a causa de sus ideas políticas».
Alejada de sus cuatro hijos, y durante el tiempo que duró el cautiverio, no volvió a saber nada de ellos. Recorrió varios lugares de detención: la Diputación Provincial, el Comité de Salud Pública en Pedregalejo, y tras un episodio en que hubo de sufrir un intento de fusilamiento, fue trasladada al Gobierno Civil.
Durante algunos días para la familia, Josefina Gálvez, hija del ginecólogo de fama internacional, había desaparecido. Se temía que hubiese corrido la suerte de sus primas, las López Cózar, cuenta Mercedes Formica, dos muchachas ingenuas y bonitas que se presentaron en un Comité de Salud Pública a pedir la vida de su hermano, confiadas en la bondad humana. Aparecieron el 8 de febrero en el Rincón de la Victoria acribilladas a balazos, los vientres hinchados por preñados que nunca verían la luz.
Se equivoca Formica al señalar que Josefina había sido detenida el 18 de julio, en el sanatorio donde acababa de parir a dos niños gemelos. Poseemos testimonios, no obstante, sobre la entrada en la clínica del Dr. Gálvez de milicias para efectuar detenciones:
«Pedro Barrionuevo España (hermano de mi madre) y primo hermano doblede José Luis Barrionuevo España. Se encontraba en la Clínica Gálvez visitando a mi madre, pues había tenido a mi hermana, cuando fueron a buscarlo, Gálvez Ginachero se opuso y cerró las puertas, pero los milicianos amenazaron con prender fuego a la clínica y Gálvez abrió las puertas (creo que también detuvieron a otra persona)».
(Testimonio de Ignacio Krauel Barrionuevo).
CARLOS HAYA. EL DESCONOCIDO AS DE LA AVIACIÓN ESPAÑOLA.
Casada con el aviador Carlos Haya, pionero de vuelos sin visibilidad, fue presionada para que suplicase a su marido que desertase. A cambio, ella y los cuatro hijos serían enviados a Orán.
«Me propusieron escribir una carta a mi marido, diciéndole lo que sucedía, pero añadiendo que nada nos pasaría a los niños y a mí si él desertaba y marchaba a Gibraltar. En este caso, seríamos llevados a un puerto del África francesa. Ni siquiera se le pedía que se pusiera al servicio del Gobierno de República.
Escribí aquella carta. Carlos contestó al espía que se la entregó en propia mano: “Primero es España. Después mi mujer y mis hijos”. Solo yo sé medir lo que le costó aquella respuesta, porque era un padre entrañable.
…Supe que Aquiles les había muerto de hambre en los primeros días de mi cautiverio, y que Héctor vivía gracias a doña María Gross, viuda de Parladé, nuestra vecina, y a la mujer de un jardinero, llamada Ángeles Claro, que venía cuatro veces al día para darle de mamar. Mis otros hijos, Carlos y Mirentxu, habían sido cuidados por Isabel Romero, criada de mi madre, querida y venerada por todos nosotros».
Tres meses después del canje, Carlos de Haya caía en el frente de Teruel, como enlace de la aviación italiana. La pertenencia del capitán Haya a la
«aviación legionaria» es un capítulo histórico de relevancia. Pese al prestigio y méritos de guerra, Kindelan cambió toda su carrera con episodios que, incluso, sobrepasaron los intereses de la aviación nacional a causa de la hostilidad que sentía hacia el capitán Haya.
«Terminó la guerra. Tenía sobre mi corazón el cadáver de Carlos, que había caído en terreno enemigo. Supe que una mano piadosa había señalado su tumba en el cementerio de Puebla de Valverde, en Teruel. Corrí a este lugar y pasé por el horrible trance de identificar su cadáver. Durante cuatro años, quedó en el depósito de Puebla, hasta que se terminó su tumba en el Santuario de la Virgen de La Cabeza. Allí fue enterrado con todos los honores por la Guardia Civil. Se le impuso la Cruz Laureada de San Fernando».
Estando en fase de redacción una biografía del capitán Haya no he de ocuparme más que de aspectos de la misma, sin dejar de agradecer la generosidad de su autor en la cesión de materiales trascendentes. La muerte de Haya en el frente de Teruel está detallada con precisión. En lucha con una escuadrilla republicana chocó con el sargento Viñals.
Procesados en Consejo de Guerra los aviadores republicanos, destaca uno de los rasgos más especiales de Josefina Gálvez. Siendo convocada como testigo y pensando el tribunal que le sería el principal testigo de cargo, solicitando la pena de muerte que pidieron para los republicanos:
«…ellos se encontraron con la recién viuda salida de la cárcel que declaró a favor de ellos diciendo que no. Que en una guerra no hay asesinos, que lo mismo podían haber caído uno de ellos».
Se han publicado varios libros y documentos donde los aviadores republicanos muestran su afecto y agradecimiento a Josefina Gálvez La personalidad de Josefina ha permanecido oculta. Del sectarismo y desinformación se han nutrido aquellos que han sobrevolado, al igual que sobre Carlos de Haya, sobre esta biografía.
«No aceptó ninguna prebenda. Cuando inauguraron el Hospital Carlos Haya en Málaga, con presencia del general Franco, se negó a ir. Josefina consideraba que el nombre se lo pusieron para «compensar» la pérdida de mi padre. Sin embargo, ella visitó a Franco en tres ocasiones pidiendo justicia para otras personas acosadas por los caciques del momento» (Mitentxu de Haya Gálvez al autor).
Me he ocupado en diversos artículos sobre la represión republicana, limitándome, en este caso, a la publicación de documentos originales, desconocidos, que ayudan a la comprensión del proceso que nos ocupa.
El Tribunal Popular en Málaga fue el último refugio para personas cuya actividad no había sido destacada. Libros como los de Remigio González Moreno no recogen con la necesaria honestidad intelectual los capítulos de la guerra en Málaga. Aquellos que «pudieron» alcanzar la parte última de los procedimientos judiciales pudieron salvar sus vidas. Mucho tiene que ver el derrumbe de los frentes militares y la proximidad de la pérdida o caída de Málaga, ciertamente, pero no es menos que no hubo ya condenas a muerte o ejecuciones. Detallamos el amplio procedimiento judicial de una mujer que acusada de traición fue salvada por el Tribunal Popular. He aquí la liberación de una mujer procesada por «traición».
«Prisión Provincial de Málaga.
Francisco Javier Ciezar Guerrero. Juez de instrucción Especial n. º 3 de esta ciudad.
En virtud del presente, el director de la cárcel pública de esta ciudad admitirá en ella, en clase de detenida y a disposición de este juzgado a Rosa Medina Aguilar. Pues así lo ha acordado, en proveído de este día dictado en causa que instruyó bajo el número 49 del año 1936 sobre traición.
9 de diciembre de 1936. El secretario judicial.
Rosa Medina Aguilar. Córdoba, vecina de Alfarnatejo, hija de José y Carmen, 27 años, profesión…, casada, sin hijos, sin antecedentes. Delito: traición.
Ingresa en prisión en concepto de detenida, juzgado especial n.º 3, con mandamiento del mismo que se una y por la causa núm. 49 de 1936 sobre traición. Se cumplimenta y comunica.
VICISITUDES. 12 diciembre 1936. Se recibe y une copia del parte producido por el facultativo de esta prisión, D. Eduardo Martínez Martínez (autor junto a López Ibor de un nauseabundo artículo sobre “Las mujeres marxistas malagueñas”) relativo al estado de gestación de la detenida y aconsejando su traslado por razones de salud a la Clínica de Obstetricia del Hospital Civil. Se traslada al juez competente a fin de que resuelva lo pertinente. El Sr. facultativo de esta prisión, Dr. don Eduardo Martínez Martínez, en parte de esta fecha, me dice lo siguiente:
“Pongo en su superior conocimiento que en el departamento de mujeres de esta prisión provincial se encuentra la reclusa Rosa Medina Aguilar, en gestación a término, siendo necesario su inmediato traslado a la Clínica de Obstetricia del Hospital Civil, por carecer de medios de asistencia para su alumbramiento, que presenta síntomas de distecia. Málaga a 12 diciembre de 1936. Dr. Eduardo M. Martínez. Rubricado. Sr. director de la prisión provincial».
«14, diciembre, 1936. En virtud de orden que se une del juzgado especial n. º 3 de esta capital, es trasladada al Hospital Civil de la provincia a los efectos del parte a que se refiere la nota anterior siendo entregada a una pareja de asalto para verificar el traslado. Juzgado Instructor Especial n. º 3. Sumario n. º 49 de 1936. Sobre: traición. Secretario: Merino Padilla.
Contestando su oficio fecha 12 del actual, le participo he acordado en el sumario del margen que la detenida en esa prisión a mi disposición ROSA MEDINA AGUILAR, sea trasladada al Hospital Civil, donde quedará en tal concepto, rogándole por el presente permita la salida de dicha detenida entregándola a los agentes de la autoridad portadores del presente.
Salud y República».
«Málaga, 14 de diciembre de 1936. Sr. director de la prisión provincial de esta capital. Juzgado Instructor n. º 4 de 1936. Traición. Ruego a V. se sirva admitir de nuevo en esa prisión en clase de detenida y a disposición de este juzgado a ROSA MEDINA AGUILAR, que salió hace varios días de la misma para trasladarse al hospital por encontrarse enferma y la cual ha sido ya dada de alta en dicho hospital con esta fecha.
Salud y República. Málaga 26 de diciembre de 1936. Director de la Prisión Provincial.
Tribunal Especial de Málaga. Causa nº 49-936 Sobre Traición Contra Rosa Medina Aguilar. Ruégole que el día tres de febrero próximo y hora de las diez sea conducida a la Sala Segunda de la Audiencia Provincial la procesada a disposición de este Tribunal Rosa Medina Aguilar, para la celebración del juicio oral de la causa anotada al margen. Salud y República».
«Málaga, 29 enero, 1937. Sr. director de la Prisión Provincial de Málaga.
Don Antonio Lorenzo y González, presidente del Tribunal Especial Popular de esta ciudad. En virtud del presente mandamiento, el Sr. director de la prisión provincial pondrá inmediatamente en libertad, si no estuviera detenida o presa por otros conceptos, a la procesada Rosa Medina Aguilar, pues así lo tiene acordado por sentencia de este día la absolutoria en favor de dicha en el rollo del sumario número 49 de 1936 seguido en el juzgado número tres por el delito de traición. En Málaga, a tres de febrero de 1937».
El tribunal popular de calle Echegaray número 9 decretó su encarcelamiento en un lugar desconocido con el fin de impedir que su marido volviera a bombardear Málaga. El Dr. Gálvez, que había seguido la comitiva y se hallaba entre el público, protestó, con voz emocionada, «que en ningún país civilizado se separaba a una madre de sus hijos recién nacidos». Respondieron los del tribunal popular que podía llevarlos consigo a la cárcel. Josefina adujo altiva que para morir a manos de llenas había bastante con ella.
EL GOBERNADOR ARRAEZ SACA A J.GÁLVEZ HACIA VALENCIA.
En el estudio del levantamiento iniciado en Melilla y dirigido por el general Mola no dejan de sorprender inadecuaciones de naturaleza militar. La errónea creencia de un movimiento rápido e intenso hacia Madrid dejó en la mayor soledad a aquellos civiles —y sorprendentemente militares de primer orden— que huyeron, se entregaron o murieron. No es un problema moral. Se había iniciado una guerra de la que los iniciadores habían determinado fuese hasta el final y de una violencia extrema. Las notas poéticas de la vida se interrumpieron sin piedad. Hubo un rugido que no había sido interpretado por los sujetos históricos, pese a no creerse obligados, para sobrevivir.
De los entrevistas a Josefina Gálvez sobresale sobremanera el hecho de que Carlos, «impaciente por unirse al movimiento nacional» —lo que suponía que no había recibido las órdenes concretas un aviador de tan alta significación antes del 18 de julio— convenció a un conocido suyo, propietario de una compañía naviera, para que le permitiera embarcarse en la motonave de la compañía que salía aquella misma tarde rumbo a Chile. Su propósito era pasar a un bote, en aguas del Estrecho, y llegar a remo hasta una de las playas que estaban en poder de los nacionales.
El resto de la guerra detenida, Josefina sufrió las mismas escenas que parte de la población malagueña. El día 8 de febrero, el gobernador de Málaga, Luis Arraiz, huyó hacia Valencia llevándose consigo prisionera a la mujer del capitán Haya.
De los cuadernos de vuelo se deduce que Haya no participó en los bombardeos de la carretera de Almería pues el mismo 8, el capitán Haya volaba como pasajero desde Sevilla a Málaga en una avioneta Falcon pilotada por el capitán Vázquez con la intención de recoger a su esposa «suponiéndola liberada». En este viaje descubre la situación de su esposa y la muerte de uno de sus hijos gemelos por falta de leche materna. El día 9 vuelve en el mismo avión Falcon a Sevilla pilotado por el capitán Vázquez y se reincorpora prestando, ese mismo día, 3 servicios de abastecimiento al Santuario de la Virgen de la Cabeza (Hoja de vuelo de puño y letra del C. Haya donde demuestra los vuelos de los días 8 y 9 de febrero de 1937).
Cuenta Josefina Gálvez el episodio de la carretera de Almería.
«Fui testigo de la retirada y del sufrimiento de centenares de criaturas — hombres, niños, mujeres, ancianos— que, cargados con sus pobres pertenencias
—mantas, jergones, pucheros—, huían a pie hacia Motril, esperanzados en alcanzar las líneas republicanas, convencidos por la propaganda de que si quedaban en Málaga, “los moros de Franco les abrirían en canal”».
Mercedes Formica ha escrito sobre los testimonios de J. Gálvez este episodio:
«Desengañados, rodeaban el automóvil del gobernador y le insultaban y maldecían, haciéndole responsable de la catástrofe. Una maniobra del vehículo pudo sortear el acoso de los desdichados. El secretario del gobernador, joven idealista, rompió a llorar. Josefina le golpeó un hombro: “¡Vamos! ¡No sea como Boabdil!” El muchacho la miró perplejo. Por fortuna, ignoraba la frase de La Horra a su hijo el día de la pérdida de Granada. La carretera semejaba un charco de sangre, tantos eran los brazaletes rojos arrancados con precipitación, de chaquetas y blusillas».
En la playa de La Herradura se cruzaron con el automóvil de matrícula sueca que conducía a Koestler a Málaga, dispuesto a ser testigo de la caída de la ciudad a manos de los fascistas. Según explicó más tarde en su obra, Testamento español.
El grupo pasó la noche en Almería, en casa del secretario del Socorro Rojo Internacional —don M. G. del O. —, la misma persona que, por espacio de siete años, desempeñaría, más tarde, el gobierno civil de Málaga, a propuesta del ministro de Franco, don Blas Pérez.
De madrugada, reanudaron el viaje. La lluvia, que aquellos días había golpeado también la salida hacia Almería, aumentaba la tristeza de los pasajeros. Josefina se preguntaba cuándo volvería a reunirse con los suyos. Ignoraba la muerte, por hambre, de Aquiles. En los meses de su detención nunca le permitieron ver a sus hijos, ni recibir noticias de Carlos de Haya. Cerca del Saler, una patrulla de hombres armados les pidió la documentación. Al descubrir su identidad, los obligaron a bajar del vehículo.
— ¡Asqueroso cobarde! ¡Has entregado Málaga a los fascistas y ahora quieres escapar!
Les dijeron que llevaba un rehén importante y el ministro les pediría cuenta si obstaculizaban la entrega. El jefe rio.
—Ya me dirás qué cuentas me pide cuando le hayamos fusilado. ¡Al paredón!».
Josefina se había convertido en un ser inane. Hasta agradeció tener a sus espaldas algo recio donde apoyarse. Uno de la patrulla se aproximó con evidentes intenciones. Al ser rechazado, le propinó un violento puntapié con sus botas de clavos salientes. Sus camaradas le imitaron y la bestial paliza le hizo perder el sentido. Cuando despertó, los hombres habían desaparecido. El secretario del gobernador le tendía un vaso de agua.
— ¡Bebe! ¡Pronto! ¡Antes de que se vuelvan atrás!
Josefina se incorporó, un hilo de sangre entre las piernas, el traje manchado de barro. Dominando los nervios, volvieron al coche. El mecánico tenía el motor en marcha y arrancaron a toda velocidad. Según supo después, le debían la vida. Los milicianos olvidaron detenerle, circunstancia que aprovechó para telefonear a Valencia y poner en conocimiento del ministro lo que sucedía. Sucia, magullada, las medias en girones, la esposa del capitán Haya entró en el despacho de don Ángel Galarza, que se levantó para recibirla.
—Siento mucho lo ocurrido —exclamó, tendiéndole las manos.
Su cortesía hizo tanta mella en el ánimo de la mujer, que rompió a llorar.
— ¡Cálmese! Ya ha pasado lo peor. La guerra es así. Hasta que pueda reunirse con los suyos, está bajo mi protección.
El testimonio de Josefina Gálvez nos introduce en otro de los asuntos complejos de esta historia llena de complejidades. Es decir, el papel del gobernador civil, Luis Arráez.
«El día 7 de febrero de 1937, que para la mayoría de los malagueños significó la libertad, significó para mí la continuación mi pesadilla. Desde el cuarto donde estaba encerrada oía cómo se acercaba el cañón de los nacionales. Creí que mi libertad estaba próxima. Que volvería a ver a mis hijos, abrazar a Carlos. No sucedió así. Mi marido abastecía casi a diario el Santuario de La Virgen de la Cabeza, y el santuario resistía gracias a este abastecimiento. Carlos se adentraba de noche muchos kilómetros en terreno enemigo, pilotando un Saboya elemental. El Saboya regresaba a Sevilla acribillado a balazos. Milagrosamente, Carlos vivía, y mientras Carlos viviese, continuaría la resistencia del Santuario. Por este motivo me convertí en un rehén importante y el día que el gobernador huyó de Málaga, me llevó con él a Valencia
ÁNGEL GALARZA Y JOSEFINA GÁLVEZ. LOS CANJES DE LA GUERRA.
En las temibles jornadas de la guerra no faltaron los comportamientos que dignificaron a las autoridades republicanas. El mismo sistema que, minutos antes, pudo acabar con la vida de un rehén y de miembros de la estructura de poder republicano, dibujaba los principios que muchos españoles deseaban. «Galarza se portó muy bien conmigo. Hizo que me curaran las heridas, y me alojó en el Hotel Victoria».
En calidad de rehén, el ministro Ángel Galarza le proporcionó un volante con un nombre inventado, Carmen de la Torre Vidal, con el que pudo moverse, con relativa libertad, por la ciudad bajo el nombre de una sobrina suya. A diario, compartía la vida cotidiana con Dolores Ibárruri, La Pasionaria, Margarita Nelken, Koestler, a Hidalgo de Cisneros y a la parte del cuerpo diplomático que todavía estaba acreditado en Madrid. «Trabé amistad con la secretaria de un consulado extranjero».
Los canjes no han tenido en la historiografía española las investigaciones necesarias. Las razones son comprensibles. Porfirio Smerdou siempre fue prudente con estos temas. El dinero que cubría los canjes, la necesaria prudencia en los cambios, especialmente entre los dirigentes de la CNT-FAI, asumía un carácter «mercantil» de gestos «revolucionarios».
PERSONAS EMBARCADAS POR MEDIO DE CANJES, según Porfirio,
en Málaga, fueron:
Leopoldo Werner y su esposa, doña Concepción Heredia Benito.
Manuel López Clavero, su esposa y diez miembros más de su familia, en su
mayoría adultos.
Jacobo Guitart y cuatro miembros de su familia.
Dolores Gozálvez Solís y sus hermanas menores Ángeles y María Jesús. Viuda de don Manuel Ribot, asesinado, su cuñada y dos hijos (embarcaron por Almería).
Doña Carmen Bellido, Viuda de don Domingo Quadra, asesinado, en compañía de su tía, doña Dolores Romero, sobrina y cuatro hijos (embarcaron por Almería).
Poseemos testimonios de pagos a la CNT-FAI. Dinero entregado sin control, asesinatos tras las operaciones. Por producirse en los ámbitos de lo privado, los relatos se superponen o contradicen.
Continua siendo un clásico el Libro de J. Rubio sobre Asilos y canjes durante la guerra civil española. Posiblemente el más documentado —varios blogs se ocupan de ello— de los canjes sea el de Fernández Cuesta por Justino de Azcárate. José Giral, ministro de Estado, habría sido la primera persona dentro del gobierno republicano que se mostró a favor de estas fórmulas, por otra parte universales. En el campo de la República era objeto de debate la cualificación de los intercambios ya que el Gobierno del Frente Popular «había puesto a disposición de Franco jefes militares muy eficaces a cambio de oscuros parientes de personajes republicanos».
Al igual que J. Gálvez, Fernández Cuesta:
«…siguió un par de semanas en la prisión valenciana, aunque sujeto a unas condiciones mucho más flexibles que cuando estaba en Madrid. Cierto día de octubre, el director de la prisión le mandó llamar para entregarle un salvoconducto firmado por José Giral, en el que garantizaba su libre circulación hasta el destructor inglés Maine, que se encontraba fondeado en el Puerto de Valencia. Paralelamente, salía de una cárcel de Valladolid, Justino Azcárate, quien fue conducido con un salvoconducto similar, pero firmado por una autoridad franquista, hasta Francia por carretera».
Se procedía de igual manera que ella que fue canjeada por Arthur Koestler. Cuando tuvimos la confirmación, la Sra. de Haya partió en el barco-hospital Maine para Gibraltar.
El idealismo de Carlos Haya, en la línea de los falangistas originales:
«Recuerdo que mi marido me dijo: “Ahora ya no existen las recomendaciones en España. Ahora cada uno obtiene su puesto por sus propios méritos”». Carlos Haya estaba convencido de la bondad del sistema que se acercaba en España. Él mismo aprendería de su error.
«…Desgraciadamente, mi felicidad no pudo reanudarse. Tres meses después de mi canje, Carlos caía en el frente de Teruel, como enlace de la aviación italiana… Comenzó mi vida de mujer sola. Tenía poco dinero, y mis hijos, especialmente Héctor, necesitaban cuidados especiales. Tuve que luchar con la peor de las famas, la de ser una mujer rica».
CORRESPONDENCIA GALARZA-JOSEFINA GÁLVEZ
Desde el exilio, en su etapa en París, mantuvieron una noble y generosa correspondencia. Provoca un sentimiento de nobleza las Españas que desaparecieron con la Guerra Civil.
«París 1 de mayo de 1958.Señora Vda. de Haya:
Muy señora mía: Aun cuando, con retraso, hasta mí ha llegado la noticia de haber V. hecho públicamente un elogio de la conducta que para V. tuve en momentos dolorosos de su vida. El hecho me produciría siempre un sentimiento de reconocimiento, pero es tanto mayor cuanto es excepcional el elogio y el valor moral de haberlo hecho.
En aquellos dramáticos momentos no hice otra cosa que cumplir con mi deber y restablecer, en la medida de lo posible, la justicia quebrantada por pasiones condenables. El acto que yo hubiera preferido no necesario fue para mí una satisfacción, y esta la considero suficiente como recompensa si es que hacer justicia la merece. A ella ha unido V. el elogio, lo que prueba la fortaleza de su alma, que supo guardar el recuerdo y no retrocedió ante el riesgo. Por ello, soy doblemente deudor y me complace manifestarlo.
Crea, V., señora, que tendrá V. siempre en mí un amigo agradecido, que admira su valor moral, su bondad cordial, virtudes que por ser raras adquieren cada día mayor precio en las almas.
Con todo respeto, le saluda su amigo.
- Galarza (firmado).
P/S. Por si algo le soy útil, le doy mi dirección. (Aparece la dirección de Galarza en París)».
«5, diciembre, 1958
Mi distinguida señora y amiga: La lectura, que su bondad ha hecho posible, de cuando V. dice en la revista que he recibido ayer, me obliga a renovarle mi agradecimiento. Cuanto yo hice en una etapa para todos dramática no era más que el cumplimiento del deber. Los que llegan a confundir la historia con la leyenda, crean un mundo artificial, por ello, falso, en el que sitúan de un lado los
«malos» y del otro «los buenos», claro es que su campo es el de los «buenos». La vida es más compleja. Todos los campos en la naturaleza dan sus cosechas y enlazan con las espigas del pan, las hierbas que solo hieren las manos de quienes las tocan. Lo grave, lo condenable es cultivar las hierbas por odio a los que necesitan pan.
Sin abdicar de ninguna de mis ideas, y sin pedir a nadie que abdique de las suyas, he condenado antaño, condeno hoy y condenaré siempre todas las desviaciones inhumanas que convierten a los hombres en fieras, sean «rojos» o
«blancos». Y hay que ser exigentes, porque la bestialidad no se define solo por los actos violentos productores de sangre, no por otros muchos, menos visibles y llamativos, no por ello menos crueles. Diré más, sentí más repugnancia por quienes se aprovechan, en beneficio propio, de la debilidad de un ser que, de aquellos que conducidos por las pasiones, llegan al crimen resonante. El criminal se retuerce las manos de desesperación, el «aprovechado» se las frota de satisfacción.
Usted merecía de ese régimen no solo la consideración debida a la mujer, sino al respeto a la viuda de quien dio la vida por la misma causa y la protección obligada a un martirio que se sufrió. Si un día yo, por educación obligada, me puede en pie para recibirla, hoy, quienes ocupan puestos destacados, debían, mentalmente, recibirla de rodillas. Si yo, por amor a la justicia, procuré aliviarla de sus dolores, hoy quienes están en situación de poder hacerlo, tenían el deber de ahorrarle toda preocupación material y moral. Si lo que yo hice no merece el agradecimiento que V., valerosamente, me otorga, lo que con usted hacen, por injusto e indebido, merece la reprobación y demuestra que la sangre vertida no ha dado frutos estimables sino amargos.
Una vez más, gracias por sus reacciones cordiales y con el deseo de poder un día repetírselas de viva voz con todo el respeto que V. me merece, le saluda,
- Galarza (firmado)».
GRICE HUTCHINSON. GESTIONES E INFORMACIÓN EN EL CANJE DE JOSEFINA GÁLVEZ
Mr. Hutchinson, súbdito de SM británica, residente en Málaga, fue solicitado por el G. Queipo de Llano para ir a Sevilla en julio de 1936. Allí se entrevistó con el general y con el capitán Haya. Se le rogó que averiguase si se encontraba prisionera en Málaga la Sra. del cap. Haya, pues, según las apariencias, había sido asesinada.
Texto de Grice Hutchinson sobre Josefina Gálvez (El original posee muchas tachaduras a máquina que omitimos y un castellano imperfecto).
«La señora Haya vive muy bien y hay doncellas muy amables para ella. También la señora, la mujer de un guardia es una señora joven, muy simpática y parecía muy cariñosa con la señora. Dijo la señora que ella era tratada bien y siempre con respeto, podía salir al jardín cuando quisiera, tenía buena comida y la salud era buena.
Hablé con ella en español, inglés y en francés un poco. Yo pregunté si podía traer a ella algo de Gibraltar, libros, comida o algo para coser o algo, pero ella contestó que no. Hay muchos milicianos en todas partes de la casa, pero nunca entran en la habitación que vive la señora.
Ella pidió a los comunistas si podía escribir una carta a un señor (padre Grez) en Gibraltar y darme la carta para él sin leerla ellos. Ellos dicen que sí, a condición de que yo pueda ver la carta y decirles que no hay nada sobre sus señas.
He dado la carta al Sr. Grez, que ha venido aquí a hablar conmigo. Después, hablé con su padre en el hospital, que estaba muy contento de ver y saber que había visto a su hija y hablado con ella. Él está completamente en acuerdo conmigo de que, en las circunstancias actuales en Málaga, es mucho mejor que la señora esté en esta casa que con él, porque ella está más segura allí.
Debo decirle a Vd. que, en mi opinión —y no soy un hombre que es fácil de engañar— el procurador civil Sr. Rodríguez es un señor honrado y no es, de ninguna manera, cruel que yo o su excelencia.
Estoy completamente seguro de que este señor no querría hacer daño a la señora ni tampoco el comunista, que es su guarda, que también me parece que es honrado.
Creo yo en mi otra carta que le dije que los comunistas me dijeron que ellos no querrían entregar la señora por ningún dinero, no por 10 000 000, ellos me dijeron que ni por otros rehenes de ninguna clase ni tampoco, aun si es el marido estuviera conforme de marchar fuera de España o ser enviado a cualquier sitio.
Ellos me dijeron, cuando yo les pregunté qué condiciones pidieron para entregar a esta señora, “nada más que Queipo de Llano”. Yo reí un poco cuando ellos dijeron esto y yo dije: “¿Por qué no Franco”? Ellos contestaron: “Franco no. Queipo de Llano”.
Supongo que esto era una clase de broma y es lo que ellos me dijeron. Creo que el motivo del gobernador y los otros cuando ellos me preguntaron si yo querría ¿…? a la señora era porque ellos querían darme su satisfacción de que la señora era muy bien tratada en todas maneras. El Sr. Rodríguez me dijo que yo podría ver a la señora cuando quisiera.
Se le notificó que la Srta. Talia Larios, que residía por entonces en Gibraltar, había estado encargada hasta la fecha de esta cuestión, que dicha señorita tenía en su poder 50 000 pts. que le habían sido entregadas para ocuparse del canje de aquella Sra. sin que hubieran dado ningún resultado; por lo que se rogaba al Sr. Huchinson que recogiera aquellas pesetas e hiciera él la gestión en adelante.
El Sr. Huchinson se comprometió a ello . Volvió a Málaga en su yate desde Gibraltar, visitó al gobernador Francisco Rodríguez (maestro nacional), al que ya conocía. Expuso su deseo, al que accedió el gobernador dándole no solo noticias de la Sra. de Haya, sino permitiéndole visitarla en el lugar en que se hallaba detenida. Le acompañó un miembro del Gobierno rojo que dominaba perfectamente el idioma inglés y que controló la breve conversación entre el Sr. Hutchinson y la Sra. de Haya.
Pidió después el Sr. Hutchinson al gobernador el canje de dicha Sra. por algún rojo prisionero de la zona nacional. Contestándole el Sr. Rodríguez que dijese a su amigo el general Franco, que no sería canjeada por otro que no fuese el mismo general Q. de Llano, sin embargo, el secretario del gobernador (obrero metalúrgico) dijo al Sr. Hutchinson que no exigieran tanto. El secretario Retamero, propuso al Sr. Hutchinson que allanase su entrada y la del gobernador en zona nacional, a través de Gibraltar, a cambio de entregarles a la Sra. de Haya. El Sr. Hutchinson se comprometió a facilitarles entrada en Gibraltar con toda clase de seguridades, pero en ninguna forma se comprometía a hacer lo mismo con respecto a seguridad personal para ellos en la zona de Franco. Volvió a Sevilla exponiendo el resultado de su gestión en Málaga.
En la barra de un bar fue recibido desabridamente por la Srta. Talia Larios, quien expuso sus dudas sobre la eficacia de sus gestiones diciéndole que las 50 000 pts. Habían sido entregadas por ella al cónsul de Inglaterra en Málaga (pues así había sido, se comprobó después) y el Sr. Hutchinson se entrevistó después con el gobernador Witie, quien le comunicó que ya había prohibido a los oficiales del ejército tener la menor relación de amistad con la Srta. Talia Larios, que hasta entonces las había mantenido, al parecer, demasiado estrechas con varios de ellos.
En aquellos días, el Sr. Hutchinson pudo observar que, si bien ningún oficial del Ejército se comunicaba con la Srta. de Larios, sí, en cambio, lo hacían los de la Marina de S.G.M., pues él mismo la vio cenando con el almirante de la flota mediterránea en un céntrico hotel. Según había dicho el gobernador, no solo era debido a la conducta inmoral de la Srta. Larios con los oficiales lo que había provocado la orden (a petición de las Sras. de estos), sino el considerarla como espía, pues habiendo controlado su teléfono, se comprobó que comunicaba constantemente al Gobierno de Franco las entradas de los rojos en Gibraltar.
Volvió el Sr. Hutchinson a Málaga en su yate con una lista de personas presuntamente canjeables por la Sra. de Haya, lista que no interesó a los representantes del Gobierno rojo en Málaga. Y el Sr. Hutchinson dejó la cuestión, según su opinión, los canjes de mujeres por hombres no agradaban al general Franco y en este caso concreto creyó en un franco desinterés por parte del general.
Hablando de esto once años después, me decía que no creía que hubiese amistad entre el general Franco y el capitán Haya por la forma en que se llevó aquella negociación. Sin embargo, yo puedo añadir, sin aclarar su duda, que fue el capitán Haya volando en un Junker el que pasó a la península los primeros moros de África a España para empezar la guerra.
Cuando el Sr. Hutchinson preguntó al gobernador de SM en Gibraltar por qué no se prohibía a la Srta. Talia hablar incluso con los miembros del Ejército del Mar, adujo el motivo de la gran afición de su mujer por la caza, que solo podía disfrutar en terrenos de los alrededores de Gibraltar pertenecientes a la familia de dicha Srta.
Defending the Rock: How Gibraltar Defeated Hitler.Nicholas Rankin, 2017
Faber & Faber.
Se ocupa de las actividades de Talia Larios, de quien sostiene trabaja para los nacionalistas españoles en Gibraltar.
«He means Natalia Larios Fernández de Villavicencio, who married the Marquis of Povar, Fernando Fernández de Córdoba (1906-1938). According to two authors, she was the person who fired the flares to warn the fascist fleet.
See: Fernando Moreno and Salvador Moreno. 1998. La Guerra silenciosa y silenciada. La Historia de la campaña naval durante la guerra de 1936-39, Vol. IV, Madrid: Alborán.
FB: Only pieces, there wasn’t, there was not a whole dead body, all were in pieces. So he must have had a direct hit.
IN: Sí, sí. Let’s get back to…luz de bengala. Eh…, ¿quién lo soltó? Había…, algunos dicen que tenía que ver con Talía Larios, la…, la [viuda del Marqués].
Frank Baglietto (1927) was just a child, but he remembers that night
perfectly».
Necesario, igualmente, para la localización de Talia Larios, la consulta de Julio Ponce Alberca:
«Chapter Three:
Gibraltar, Spain, and the Western Mediterranean during the 75
Twentieth Century.BARRIER BRIDGE. Spanish and Gibraltarian
Perspectives on Their Border. Edited by Andrew Canessa. Suxxex 2018.
CANJE DE KOESTLER.LA INVENCIÓN DE UN HEROE
En una de las entrevistas que realiza Mercedes Formica a Josefina Gálvez aparece, sin saberlo, el personaje con el cual habría de compartir la historia. Josefina iba retenida por gobernador civil de Málaga, Arráez, que abandona Málaga el 7 de febrero con un preciado rehén, valor para su existencia, y con el que se iba a encontrar al final de la guerra donde Josefina quiso salvar su vida.
Como una premonición:
«…Nos cruzamos con el automóvil de matrícula sueca del escritor austríaco Arthur Koestler. Koestler ha contado más tarde en su libro, Testamento español, que entró en Málaga porque quería presenciar la caída de una ciudad en manos de los fascistas. Pensaba refugiarse en casa de un inglés llamado Sir Peter, el Sopita para las gentes malagueñas».
Como un epifenómeno de la Komintern y una imaginación fascinante Koestler, forma parte de toda una generación de extranjeros, que dieron a conocer al mundo una guerra de la que fueron protegidos en medio de las mayores imposturas.
En junio de 2006, el Corriere de la Sera publicaba un artículo que solo podría haberse escrito fuera de España, donde el friso de los benefactores de la República no está sometido al homenaje, la hagiografía y mistificación de la izquierda española.
De Hemingway a Koestler: los falsarios que conmovieron al mundo
Por otra parte, se sabe de lo que es capaz la propaganda; no obstante, los periodistas honestos habrían debido preocuparse solamente de informar a los lectores. En cambio, por ejemplo, el ya mencionado Arthur Koestler, futuro campeón del anticomunismo con la novela Sombras a medio día (entonces agente del KOMINTERN infiltrado en una agencia periodística británica), recibía tranquilamente órdenes del comunista alemán Will Muenzenberg quien, a menudo, tiraba sus escritos gritando: «¡Demasiado blando! ¡Demasiado objetivo!
¡Cuenta que los fascistas aplastan a los prisioneros con tanques, que los queman con gasolina…! ¡Pega duro! ¡Haz que el mundo se quede sin aliento!» (En sus memorias, Arthur Koestler rinde tributo de admiración hacia Will Muenzenberg y sus manejos, hasta el punto de que le dedica todo un capítulo bajo el epígrafe de «eminencia roja» Autobiografía. 4. El destierro). Estaba a cargo del Socorro Rojo Internacional y organismos similares. Pero como sucedería en casi todas las tareas en que Münzenberg intervino, el objetivo no era tanto la ayuda material, como la constitución de una vasta red de propaganda que despertara y canalizara actitudes de solidaridad hacia una URSS «cercada por las potencias capitalistas».
El Socorro Rojo se transformó así, desde el primer momento, en una tupida red de oficinas y comités destinados a moldear la opinión pública a conveniencia del régimen soviético. Hasta en países remotos como en Japón el trust de Willi controlaba directa o indirectamente 19 periódicos o revistas (Koestler, op. cit.).
Para explicarse mejor, Muenzenberg le enseñó un día a Koestler un recorte de periódico alemán. El texto decía. «La milicia roja distribuye a los camaradas bonos por valor de una peseta. Cada bono da derecho a una violación. En Málaga, la viuda de un franquista fue encontrada destripada en su casa. Junto al cadáver estaban desparramados 64 bonos…». Después de leerlo, Muenzenberg concluyó: «Aprende, camarada. Esto es periodismo. Esta es propaganda».
Puede ser que estos sean casos límite, pero subsiste el hecho de que nadie se libró de fabricar mentiras. Ciertamente, no lo fue el célebre Hemingway quien ― recuerda Petacco― «dos meses antes de la victoria franquista daba por cierta una victoria republicana». Y, algo mucho más grave, «aunque tuviese conocimiento de las detenciones y de las ejecuciones a las que los comunistas sometían a los anarquistas y a los socialistas, nunca aludió a ellos en sus artículos. También en su libro más famoso, Campanadas a medianoche, denunció la agresión franquista, aunque soslayando las violencias cometidas por el otro bando». Sin embargo, la novela fue un éxito mundial, que difundió en el imaginario colectivo una visión
«romántica» de la guerra española, con Gary Cooper e Ingrid Bergman.
¿Contar bien las mentiras es, pues, mejor que retratar los hechos objetivamente? La única excepción importante, en España, fue quizás la del Gran George Orwell. Pero en los demás abundan los ejemplos poco edificantes: la masacre de Guernica provocada por los alemanes y atribuida por ciertos corresponsales embedded a los bombardeos republicanos; la célebre fotografía de Robert Capa con el miliciano que cae con los brazos abiertos en el frente de Córdoba (aunque, a decir de algunos aquel fulminante «instante de la muerte» habría sido falso). Es natural que la mayoría de los corresponsales en el frente español tomasen partido por los republicanos: después de todo, los periodistas suelen pertenecer a la categoría de los «intelectuales progresistas» atraídos por
«lo nuevo que llega».
Que se sienten en el banquillo de los acusados, pues, todos los corresponsales de guerra. Demasiado «calientes» sus temas, demasiado envenenado su trabajo por la política y las ideologías. Por otra parte, quien quiera trazar la genealogía de las crónicas de guerra «manipuladas» debería remontarse a Julio César, o a Jenofonte, o incluso a Homero. O también…, con menos nobleza, al astuto intérprete abisinio de nombre Wazir Ali Bey, que durante la guerra colonial emprendida por Italia ―con superioridad militar aplastante― logró venderles a los corresponsales extranjeros noticias «exclusivas» sobre el hecho de que a nuestras tropas les estaban dando una buena paliza. Otras veces, como en el caso de la «gloriosa retirada de Dunkerque», el patriotismo de los corresponsales de guerra cubrió con un velo heroico la realidad de las deserciones, borracheras y violencias que se produjeron entre las tropas franco-inglesas a la desbandada. Pero debía haber, y lo hubo, «el espíritu de la retirada victoriosa de su majestad».
Por lo tanto, ¿son los corresponsales de guerra todos culpables o todos inocentes? Cierto es que la notoriedad y el éxito no acompañan siempre a la verdad. Como recordó un día el periodista francés Lucien Bodard, autor de reportajes algo novelescos sobre la revolución en Santo Domingo: «Queridos colegas, siempre tendré más lectores que ustedes».
Arrastrados hacia el fin de la historia, debemos recuperar la historia por encima de las imposturas y de la hagiografía. Desde luego, será preciso reconocer que no es necesario que coincidan la literatura y la historia. Y a la primera habrá que recurrir para encontrar las razones de la encumbración de estos personajes.
Una vez, le insinué al propietario de una vieja taberna que debía colgar un cartel en que se leyera: «En esta taberna no estuvo Hemingway».
Todas las informaciones que poseemos sobre Koestler y la propaganda impostada, se abren con la misma «tragedia». «Cuando ya le es indiferente perder o no la vida». En los tumultos de la vida se pueden confundir la depresión o el enaltecimiento de la cobardía. Debe repetirse: nadie está obligado a ser un héroe. Tampoco un mentiroso, aunque su especialidad sea el agitprop.
El hecho es que Koestler entra en un intercambio de prisioneros gracias a la mediación del Foreign Office y las gestiones de su segunda esposa, Dorothee Ascher, de quien se separaría poco después. Entrando en una lista en la que quedaría relacionado con la mujer del aviador Carlos Haya, Josefina Gálvez, quien lo traslada en avión hasta La Línea, a pocos pasos de Gibraltar. Desde allí enviaría dos telegramas: uno, a sus padres, y el otro, a la sede del Partido Comunista en París.
Esta versión, recogida tanto de la obra de Koetler como de sus admiradores,
es universal.
Casi perdida la esperanza, el 12 de mayo de 1937, su suerte da un vuelco. Entre la siesta y la cena le sacan de la celda. En la oficina del director, un extraño que vestía una camisa negra sin corbata le saluda con cortesía exagerada:
«Señor, voy a sacarlo de aquí, no le puedo decir dónde le llevo, pero no tema nada, nosotros somos unos caballeros y, si está dispuesto a prometer ciertas cosas, podré tomar ciertas medidas para que quede en libertad». Koestler, alucinado, acertó a contestar: «Todo esto es extraño, ¿quién es usted? ¿A qué ciudad me van a llevar? ¿Cuáles son esas promesas que tengo que hacer?». El de la camisa negra contesta: «Prefiero, señor, no decir mi nombre. Solamente queremos que prometa que no se inmiscuirá más en asuntos de España. Si es así, tal vez pueda tomar medidas que lo pongan en libertad». Y Koestler: «No me he inmiscuido nunca en asuntos internos, he escrito lo que veía y dicho lo que pensaba». Finalmente, firmó la declaración añadiendo, contra la verdad, que había sido tratado correctamente. Poco después, se enteró de que no era un gesto de clemencia de Franco. Se trataba de un intercambio por una prisionera del Gobierno republicano retenida como rehén en Valencia, la señora Josefina Gálvez, esposa del caballero de la camisa negra, el capitán Carlos Haya, as de la aviación franquista.
Ya en la calle, le subieron a un coche que les condujo hasta un improvisado campo de aviación. Acomodado junto al piloto Haya, emprenden vuelo en un diminuto Douglas. La Sevilla de donde pensó nunca saldría vivo, desaparece a sus pies. Todo ello lo cuenta el propio Koestler en Diálogo con la muerte, la reedición de Un testamento español, publicado por la Editorial Amaranto con traducción de José Erezuma, en la que relata también su conversación con el aviador franquista durante el vuelo que le iba a devolver la libertad.
El caballero de la camisa negra, apuntando hacia el suelo dice:
―Todo eso es la España nacional, aquí todo el mundo está contento.
―¿Qué? ―grita Koestler.
―Contento y libre ―añade el caballero.
―¿Qué?
―Libre. En vuestro lado, los pobres luchan contra los ricos. Nosotros tenemos un sistema nuevo. No le preguntamos a nadie si es rico o pobre, solo si es bueno o malo. El pobre bueno y el rico bueno están del mismo lado. El pobre malo y el rico malo en el otro. Esa es la verdad de España, señor.
Y Koestler:
―¿Y cómo hacéis para distinguirlos?
―¿Qué? ―pregunta ahora Haya.
―¿Cómo los distinguís?
El frágil avión se eleva aún más y el caballero español porfía a voz en grito:
―En lo más profundo de sus corazones, todos los españoles están de nuestra parte. Cuando los rojos fusilan a los nuestros, su último grito es: «¡Viva España!». Varias veces he visto a rojos que van a ser fusilados y al final también ellos gritan: «¡Viva España!». A la hora de morir todos dicen la verdad. Verá que tengo razón, señor.
―¿Y usted lo veía?
―¿Qué?
―Le pregunto si usted miraba mientras los fusilaban.
Ahora sobrevolaban una blanca meseta con la sensación de estar suspendidos sobre un mismo punto. Sentados con las piernas abiertas, el motor andando solo, sin nada que hacer, mirando hacia abajo, el caballero español medita en voz alta:
―Cuando uno está sentado así, se piensa mucho sobre la vida y la muerte. Los rojos son todos unos cobardes; ni siquiera saben morir. ¿Puede imaginarse lo que significa estar muerto?
―Antes de nacer estábamos todos muertos ―grita Koestler para hacerse oír.
―Eso es cierto ―contesta Haya―, pero entonces, ¿por qué tiene uno miedo a la muerte?
―Yo no he tenido miedo a la muerte, sino al acto de morir.
―A mí me sucede exactamente lo contrario ―replica el piloto.
Esta conversación entre las nubes llevó a Koestler a una interesante conclusión. Haya era un hábil piloto capaz de bombardear con suma eficacia
―pongamos como ejemplo Jaén, la Guernica andaluza― y como oficial militar no tenía miedo al acto de morir, había sido adiestrado para morir dándose aires, pero la idea de la muerte le paralizaba. Los milicianos republicanos no habían sido adiestrados para morir, morir les daba un miedo horroroso. Antes de ser fusilados pedían socorro e invocaban a sus madres. Ellos creían que era bueno y necesario vivir, incluso luchar para vivir, e incluso morir para que otros puedan vivir. Como creían en todo eso, no tenían miedo a la muerte, aunque morían con lágrimas en los ojos y flaqueando, como deben morir los hombres. Porque morir es algo serio, insiste Koestler y, al fin y al cabo, Pilatos no dijo: «Ecce heros», dijo: «Ecce Homo».
El vuelo llegaba a su fin mientras que Haya seguía con su naste-borraste ideológico facha causante, dice Koestler, de tanto daño como sus bombas.
Koestler fue puesto a disposición de las autoridades británicas en Gibraltar y
trasladado a Londres.
A finales de aquel año 1937, rompió públicamente con el comunismo en un mitin organizado por la sección francesa del partido, acto no exento de cierta gallardía. Carlos Haya murió durante la Guerra Civil en combate aéreo sobre Teruel, en febrero de 1938, murió en acto de servicio, precisamente de la manera que no le daba miedo. Los que sobrevivieron «continuaron su diálogo con la muerte en medio del Apocalipsis europeo, del que España fue preludio». Medio siglo después, Koestler, a quien el acto de morir sí le daba miedo, eligió la eutanasia. Koestler y Haya, dos vidas paralelas y muertes coherentes.
Digna de alabanza es la fértil memoria del periodista. Más aún las irreconocibles y líricas expresiones del capitán Haya. Puede entenderse que confundiese la camisa azul oscuro de la falange con «el hombre de negro».
Como Sir Peter, Brenan y otros elevan el tono de sus palabras, como si fuesen ellos los que están en el ejercicio del poder. Semeja que Haya fuese conducido por Koestler. Lo más verídico de tan heroica intervención es el «¿Qué?» que abre cada pregunta o respuesta. Basta consultar cualquier especialista de la aviación de los aparatos con los que voló haya para concluir que mantener una«conversación» en medio de ruidos tan intensos podría ser inimaginable.
Comparar la trayectoria vital de Haya y Koestler, desde cualquier ángulo, es insólito. Ni héroes ni suicidas. La muerte ―salvo a los kamikazes en proyección cercana por el tiempo― no es el fin.
JOSEFINA GÁLVEZ SOBRE KOESTLER
Escribió J. Gálvez:
«Hoy, 21 de febrero, se cumplen veinte años de la muerte del que fue as de la aviación española, Carlos de Haya, y cuyas gloriosas hazañas van unidas a numerosas tierras de la geografía española y, especialmente, de la cima roquera de Santa María de la Cabeza, cuyo santuario fue abastecido, una y otra vez, en peligroso vuelo, por quien recordamos en el día de hoy… De quienes han escrito sobre España:
Este ha sido el caso de Arthur Koestler, el mundialmente famoso escritor, conocido a través de su libro El Cero y el Infinito, donde pone en solfa el régimen comunista renegando de él».
Arthur Koestler se cruzó en la vida de Carlos Haya para proporcionar a este, indirectamente, una gran alegría y para, más tarde, utilizando el nombre del glorioso aviador español, en dar un poco de sal y pimienta en el libro que sobre la Guerra en España publicó Koestler titulado Un Testamento Español.
Alegró indirectamente a Carlos Haya porque Koestler fue el rehén que sirviera para canjear a su mujer, Josefina Gálvez Moll, prisionera en Valencia por el Gobierno republicano, después de haber estado a punto de perecer fusilada, con una pierna deshecha a culatazos y con la profunda amargura al no haber podido asistir a la muerte de uno de sus hijos, gemelo en edad de lactante, muerto de inanición mientras su madre permanecía encarcelada.
Y Koestler utilizó a Carlos Haya como «sal y pimienta» porque en su citado libro, Un Testamento Español, falta a la verdad cuando refiere una conversación con aquel mantenida en la avioneta en la que Haya llevó a Koestler hasta Gibraltar.
Dicho Libroestállenodeinexactitudesyperegrinosrelatosquesoloresponden a su acalorada fantasía. Dice lo que le parece y calla lo que le conviene, cuales las declaraciones hechas a Miss Nena Belmonte (a quien Koestler llama Helena, como la heroína de Troya).
Según el blog Celdas de Papel:
«El bulo sobre su condena a muerte proviene de la boutade que cometió con él la periodista falangista Nena Belmonte cuando le entrevistó a Koestler preso, y al que maliciosamente o no le habló de estar condenado a muerte, pero sin asegurarlo del todo para añadirle, a continuación, que la magnanimidad de Franco haría que le conmutara seguramente la pena de muerte. Dicha entrevista no se publicó, pero en la causa que se instruía contra Koestler se le tomó declaración testifical a la periodista que aportó un texto de su entrevista con Koestler».
Y a Queipo de Llano Gonzales, Quipo de Llano, en las que pasa por alto el párrafo que habla sobre la presencia de Koestler en Málaga cuando entraron las tropas nacionales y que aquel despacha diciendo: «Intenté, contra la complicada historia de Sir Peter, del auto de Alfredo y todo el apocalipsis de Málaga, de un modo lo más breve posible. Sentía que todo aquello no era del todo convincente».
Y las declaraciones, cuya copia tengo ante mí vista, declaraciones que Koestler firmó tras haber escrito: «Certifico haberle dicho las cosas escritas en este papel y es como sigue:
que la razón por la que no salió de Málaga cuando las fuerzas del Gobierno de Valencia evacuaron la ciudad fue porque viendo la manera en que el general Villalba y su Estado mayor, dejando a los milicianos a su propia suerte, y con una falta de responsabilidad probada por este hecho y por las circunstancias, quedó desilusionado hasta tal punto que se negó a compartir la indignidad de dicha huida».
Y, efectivamente, cuenta lo de Sir Peter y lo de el coche de Alfredo y acaba afirmando: «Esto parecía una historia romántica, pero es tan solo la reacción humana de alguien que queriendo a su causa con todo corazón se encontró hacienda frente a una realidad terrible e inesperada. Sabe que esta declaración va a ser usada como propaganda, pero no le importa porque creo tiene tan solo un deber, y ese es decir la verdad».
Pues bien, Arthur Koestler, cuando llega el momento de hablar de su canje, tampoco rinde culto a la verdad. Y en defensa de esa verdad y en honor póstumo a Carlos haya, queremos explicar aquí cómo sucedió en realidad su canje.
Dice Koestler que «un homme en chemise noir», se refería Carlos Haya, estaba junto al jefe de la cárcel cuando fue llamado el día de su canje. Este
«homme en chemise noir» expresión que usa Koestler dieciséis veces en unas cinco páginas, era Carlos Haya que, naturalmente, no llevaba chemise noir, camisa negra, si no camisa azul que no se quitaba nunca y con la que murió, que no sabía hablar ni una sola palabra en francés.
La imposibilidad de consultar los archivos del largo periodo franquista impide conocer la actitud de Franco, siempre dudosa y opaca en todas sus decisiones. Franco, como hemos escrito, rechazaba la proporcionalidad en los canjes. En especial, con las mujeres de los mandos su ejército, de quienes pensaba eran autoras indirectas de cualquier hecho.
Desde entonces, fueron varios los intentos de canjearla, pero el hecho de queFranco, personalmente, propusiera su cambio por Eulalia Villacañas, esposa del Dr. Lope de Haro, sin pretender acceder a cualquier otro tipo de canje complicó la situación, ya que el Gobierno de la República tenía otras pretensiones.
Josefina Gálvez incorpora al proceso del canje a un nuevo personaje, en una de sus entrevistas al M. Formica: «Merced a las gestiones del general Lecea, actual ministro del Aire fui canjeada por Arthur Koestler. Fue un momento inolvidable aquel en que pude abrazar de nuevo a mis hijos y a Carlos».
Marcel Junod se refirió a las mismas en sus memorias: «En el ministerio, el Sr. Giral me habló de ella. Acababa de recibir, por mediación de la embajada británica, una lista con veinte nombres de republicanos presos en Sevilla. El general Queipo de Llano los ofrecía a todos ellos generosamente a cambio de la mujer del aviador. El ministro sonrió astutamente:
―Queipo quiere seducirnos, pero yo no entro en el juego… Hagan ustedes una contrapropuesta. Un hombre nos interesa, uno solo. No es español, pero es un amigo de la República. Se llama Koestler…, un periodista húngaro que Franco ha condenado a muerte por haber enviado artículos a un periódico inglés. Por favor, envíe usted un telegrama urgente a Ginebra porque su vida está en peligro».
La literatura se presta a la creación. No está obligada a la verdad y el género memorialístico es poco de fiar. Tendría que certificar con documentos solidos la displicente frase de Giral. El desprecio con que se refiere a los «españoles» republicanos o, una vez más, el sentimiento trágico de Koestler suena a una representación teatral.
Entre los papeles que recalan en Salamanca ―que son accesibles al público en Ginebra desde 1996― hay una carta escrita en Valencia el 23 de julio de 1937 por José Giral, a la sazón ministro de Estado, donde queda patente el extremado interés que se tomaba cada bando para liberar a ciertos presos. Va dirigida al encargado de Negocios de Gran Bretaña, J. H. Leche, para recordarle «una lista de personas que se proponen para canjes diversos».
Entre los nombres más significativos figuran: Miguel Primo de Rivera, Pilar Millán Astray, Justino Azcárate, la «señora» Lerroux y el citado Raimundo Fernández Cuesta, al que cambiaron por el diputado socialista Luis Rufilanchas. Sin sutilezas, el ministro expone los trueques y el estado de las negociaciones.
«El canje de Pilar Millán Astray con Ascensión Andrés Casasús es también uno de los más interesantes». «El referente a la señora Lerroux contra doña Celia Praga, madre de un jefe de Estado Mayor del Ejército, está detenido porque parece ser que los rebeldes no le aceptan. Sería muy interesante ejercer presión sobre ellos. Se trata de dos señoras ancianas». «También de extraordinario interés es el canje de Miguel Primo de Rivera contra Francisco Largo Calvo. Este canje sabe usted que debe gestionarse con el general Queipo de Llano». «El de don Justino Azcárate, hermano de nuestro embajador en Londres, con la familia del teniente coronel Pozas parece ser que ha fracasado, pero en cambio se gestiona y le agradeceré a usted que se tome en ello el máximo interés, el canje de dicho señor Azcárate con el aviador Sartorius».
Fracasadas las primeras negociaciones, en abril de 1937 comenzaron las que pretendía José Giral y concluirían con el intercambio de Josefina Gálvez por Arthur Koestler. Además de Marcel Junod, que lo hacía junto al Gobierno de Valencia, actuó como intermediario otro delegado del Comité de la Cruz Roja Internacional, H. Pourtales, que lo era en Burgos y Salamanca. Según este, Queipo de Llano había dado el visto bueno para el canje, pero no fue recibido con agrado por el propio Franco: «El general Franco me ha hecho saber que le parecía incomprensible que nosotros propusiéramos el intercambio de un personaje condenado a muerte por espionaje, por una mujer cuyo único delito era haber sido la esposa de un aviador que había hecho valientemente su deber». En la comisión para España del Comité de la Cruz Roja Internacional veían la situación muy complicada.
El intercambio de presos fue uno de los grandes objetivos del Comité Internacional de la Cruz Roja, que designó como máximo responsable en España a Marcel Junod, un médico con experiencia previa sobre el terreno en Etiopía, durante la Segunda Guerra de Abisinia (1935-36).
Junod tuvo como misión «humanizar» la guerra, inicialmente mediante el canje de prisioneros entre «rojos y blancos», la reveladora terminología que utilizaba la Cruz Roja para nombrar a los bandos enfrentados en España y que tenía su origen en la guerra civil rusa entre zaristas y bolcheviques. Palmieri explica que Junod y la mayor parte de los delegados «no eran neutrales ideológicamente hablando». «La mayor parte de ellos eran oficiales del ejército suizo y, por lo tanto, más bien posicionados a la derecha del tablero político. Algunos, como anticomunistas, tenían una cierta admiración por el ejército franquista, que a sus ojos encarnaba el orden».
Para abril de 1937, cuando la guerra aún no ha llegado a su primer año, la frustración y la impotencia son evidentes en los informes de Junod, que describe España como «un país donde el asesinato y las ejecuciones han llegado a un grado que la historia no ha conocido jamás». «El problema de los asesinatos no es ni rojo, ni blanco, sino sencillamente español», concluye el delegado.
Parecen corresponder a Koestler frases tan desafortunadas: «Me entero de que es la mujer de un aviador franquista a la que se le exime de la cárcel, permitiéndosele alojarse en el hotel bajo vigilancia policial. Su encanto y belleza, sin duda, factores que influyen en el trato de favor que se le da».
KOESTLER, LA PENA DE MUERTE. UNA MENTIRA LITERARIA
Koestler pasa en prisión desde el 8 de febrero al 20 de mayo de 1937. No hay documento alguno que acredite su «condena a muerte». Cuando revisé centenares de los expedientes disponibles en la prisión de Málaga, en el desorden reinante no encontré el del periodista húngaro. Años después, fue publicado. No difiere en la estructura del documento y contenido de los usados durante la República para presos nacionalistas. El 16 de febrero, según las listas que di a conocer, comenzaron los tribunales de guerra las condenas a muerte: centenares de fusilados. No apareció Koestler. Así mismo, no he podido hallar en la documentación disponible del Tribunal Togado Militar su expediente. Es decir, tras cuatro días al menos en Málaga, es conducido a Sevilla, por tratarse de una persona importante para el discurrir de la guerra y una «prueba» de la intervención de la Komintern.
La reiteración de la mítica condena a muerte forma parte de la visión
«romántica» de los interesados periodistas y activistas extranjeros.
Los canjes estuvieron sometidos a complejos procesos más allá de los procedimientos militares. De las persistentes dudas de la elección de Josefina Gálvez por Koestler y viceversa, proceden las incógnitas que recorren estos hechos. Los Tribunales Militares fueron implacables y sometidos a su propia autodisciplina. Resulta inimaginable que Koestler no fuese juzgado por traición o auxilio a la rebelión. Le fue tomada declaración y hubiese sido condenado, posiblemente, a muerte, de no formar parte de una «lista» de prioridades de la República y del Gobierno. Fueron los privilegios, la fama y las relaciones de la Komintern quienes le salvaron.
Con absoluta precisión recoge el blog Celdas de Papel una brillante aportación:la no condena a muerte de Koestler:
«La irregularidad procesal de su excarcelación fue descubierta en 1941 por la Autoridad Judicial Militar de Sevilla, indagando qué había pasado con el sujeto, y es cuando, judicialmente, se vino en conocimiento de la orden del canje y se sobreseyó la causa.
La página acierta en la pregunta: «¿El prologuista a la tardía edición española (2004) no puede hacer una aseveración tan frívola de que “permaneció durante 95 días condenado a muerte por espionaje”. Lo que sobre él gravitó es el riesgo de ser condenado a muerte. ¿Y el de ser fusilado sin consejo de guerra? En los días iniciales de la toma de Málaga, desconozco, aunque sospecho, que cupo esa posibilidad (ya hemos dado respuesta a ello). Pero una vez en la cárcel de Sevilla las sacas por fusilamiento estoy persuadido de que eran ejecución de sentencias de muerte». Se corresponde con la realidad. Fusilamientos procedentes de los
tribunales de guerra, que no sacas.
Y las exageraciones se mantuvieron persistentes:
Durante la guerra civil española, Koestler fue capturado por las fuerzas franquistas. El autor permaneció en Málaga después de que los comandantes militares huyeran y, en realidad, no tenía más deberes como corresponsal. Koestler pasó su tiempo bajo una sentencia de muerte en algún tipo de pasividad mística. Utilizó la biblioteca de la cárcel relativamente lujosa de Sevilla y realizó huelgas de hambre. Se hizo evidente para el autor que él era una excepción entre los prisioneros, otros fueron asesinados libremente.
Todo es peculiar en el héroe. Seguro que Koestler era conocedor de que todo preso comunista estaba obligado a pertenecer a la organización: «Aún en el infierno, un bolchevique es un bolchevique; debemos conservar el partido y preparar sus armas para las luchas venideras». Consumió literatura y transformó su inacción con la organización de los presos del PCE, en el interior de la cárcel de Sevilla, en ficción y a ello dedica páginas. En cualquier caso Koestler no fue Jan Valtin.
Que Arthur Koestler viniese con la misión de la Komintern de informar de la ayuda que ya entonces Italia y Alemania prestaban a los sublevados franquistas es posible. No obstante, estas informaciones eran públicas. El mismo Gobierno republicano las había denunciado durante el debate de la no intervención.
En las largas charlas con Porfirio Smerdou acerca de su relación con el cónsul italiano e Italcable me señaló un tema que después dictó a Luis Español:
Había prestado un gran servicio a los nacionales y, en particular los italianos, al conseguir que fuera respetada la «caseta de enlace» en la playa de Málaga del cable submarino Roma-Málaga-Buenos Aires-Río de Janeiro del máximo valor estratégico para la comunicación secreta del Alto Mando italiano con el cuartel general del caudillo. Igualmente, desde su teléfono del consulado argentino, Smerdou orientó secretamente a los camisas negras para que bajo el mando de Tranquillo Bianchi intervinieron en la «liberación» de Málaga, bajando desde Antequera e informándoles del éxodo de las autoridades republicanas y de la total ausencia de tropas y milicias que pudieran hacerles frente.
Si Koestler hubiese poseído «información» complementaria a la oficial, hubiese sido este uno de los principales temas de su «investigación». No hubiese sido menos relevante informaciones sobre el hundimiento del submarino C3 por un u-boot alemán frente a Málaga y del que se guardó silencio por el Gobierno de la República, del propio Franco y cabe interpretar que los ingleses no hubiesen poseído el dato. No hay una sola referencia en sus libros o sus hagiógrafos a este y otros asuntos de información militar en Málaga.
La tesis de Elisabeth Vislie acerca de la utilización que Koestler pudo hacer de Gerda Grepp en su venida a Málaga no resulta creíble. Está todo magnificado.
«Cuando llegara a Valencia tendría que llamar al redactor de noticias internacionales de su periódico, el News Chronicle, e informar de que Málaga había caído y que Koestler se había quedado». No discrepan las tesis de Grepp de la «oficial» del Partido Comunista.
«Una se siente cobarde cuando toda una ciudad se queda, sabiendo que muchos de ellos van a morir», escribiría Gerda Grepp. Podía haberse quedado.
En este último libro, Koestler es muy crítico con los mandos militares y los milicianos que encuentra, apáticos y desganados. En el papel que entrega a Gerda Grepp dice escribir lo siguiente:
«Málaga perdida. K. se queda. Intentad conseguir nombramiento de sir Peter Chalmers-Mitchell como cónsul honorario para que pueda contener la masacre».
Sin duda, una solución cercana a la fantasía.
EL GOBERNADOR ARRÁEZ Y JOSEFINA GÁLVEZ.UNA HISTORIA DE VALENTIA
La Fundación Pablo Iglesias ha editado la biografía de Luis Arráez. En abril de 1936 fue elegido compromisario del PSOE por Alicante para la elección del nuevo presidente de la República (Manuel Azaña). Durante la Guerra Civil fue vocal del Comité Provincial de Incautación de Industrias, vocal suplente del tribunal popular y presidente de la junta provincial que sustituyó a la antigua diputación provincial desde el 5 de octubre al 10 de diciembre de 1936, puesto del que dimitió al ser nombrado gobernador civil de Málaga, tomando posesión el 16 de diciembre siguiente y permaneciendo en el cargo hasta la caída de dicha provincia en febrero de 1937. De regreso a Alicante fue nombrado, en junio de ese año, secretario general de la Federación Provincial Socialista y desde marzo de 1938 fue comisario del CRIM (Centro de Reclutamiento, Instrucción y Movilización) n.º 10 y Batallón de Retaguardia n.º 6 en Alicante. Al final de la Guerra Civil intentó salir por el puerto de Alicante, siendo detenido e internado en el campo de Los Almendros, del que se escapó regresando a Elda, donde estuvo escondido en casa de sus hermanas hasta diciembre de 1939, que se trasladó a Málaga y de allí a La Línea de la Concepción (Cádiz) con intención de pasar a Gibraltar, pero fue descubierto y detenido el día 22 de ese mismo mes. Trasladado a Alicante fue condenado a la pena de muerte en Consejo de Guerra celebrado el 16 de abril de 1940 y fusilado en el campamento militar de Rabasa, en Alicante, el 12 de julio del mismo año.
Las biografías «oficiales», por su naturaleza, son propensas a ignorar informes existentes cuando en ellos se constata los perfiles humanos, reales, de la supervivencia. Se omite de dónde partió la idea de ir a Málaga, quién intentó salvarle y, sobre todo, el procedimiento judicial de que fue objeto.
Pedro Payá López ha reconstruido en su tesis doctoral la relación Arráez- Gálvez: Ni paz, ni piedad, ni perdón. La guerra después de la guerra y la erradicación del enemigo en el partido judicial de Monóvar: la responsabilidad compartida (1939-1945), Universidad de Alicante, 2013.
La guerra civil española fue, pese a la tragedia vivida, periodo de vidas ejemplares, sacrificios y auxilios no solicitados, plenos de generosidad.
Luis Arráez tomó posesión del Gobierno civil de Málaga el 15 de diciembre. Desde agosto de 1936, cuando el ejército toma la ciudad de Antequera y Ronda en septiembre, la caída o pérdida de Málaga dependía de algún movimiento secundario del general Franco. Trasladarse a Málaga, cuando se ha decidido el asalto final a la ciudad, es un ejercicio de generosidad y compromiso digno de alabanza.
El Consejo de Guerra que le ejecutó reconoció que creó patrullas con objeto de evitar los llamados «paseos» y evitó la saca de presos al trasladarlos «a un buque prisión donde, aunque recibieron peor trato que en la cárcel, se evitaba mejor que el populacho lo asaltase». Se corresponde a la realidad.
Igualmente, y recoge Payá:
«…que el mismo 16 de diciembre de 1936 y tras tomar posesión de su cargo, se entrevistó con el ya destituido cónsul de México en Málaga, Porfirio Smerdou, manifestándole que, pese a la imposibilidad de reconocer los derechos de asilo del consulado, podía continuar con su labor humanitaria, que permitió salvar la vida a varios refugiados en Villa Maya, sede consular».
En su pliego de descargos, Luis Arráez mencionó que puso dos policías destinados a la protección del doctor Gálvez y un odontólogo «cuyo nombre no recuerdo» al estar amenazados por milicianos de la CNT-FAI.
Luis Arráez estuvo escondido hasta el mes de diciembre de 1939 en casa de sus hermanas, la biografía oficial sostiene que «se trasladó» a Málaga. Los hechos no pueden ocultarse.
La decisión de viajar a Málaga ―para salvar su vida―, en un juego desesperado de la historia, se debió a la propuesta de ayuda por parte de Josefina Gálvez.
La historia no está autorizada a interpretaciones insustanciales o espirituales. No obstante, quedan en la oscuridad causas objetivas, por cuanto es dudoso que sacar de Málaga a un «rehén» en dirección Almería constituyese un acto de generosidad para salvar la vida de J. Gálvez.
Tras haber estudiado los documentos existentes y la personalidad de J. Gálvez, es posible entender que esta mujer se planteó retos incluso contra el franquismo, uno de los cuales fue ayudar a Luis Arráez.
«… en agradecimiento al trato y protección que le había dispensado cuando la tuvo bajo su responsabilidad como prisionera en el Gobierno civil de Málaga, desde allí la condujo hasta Valencia, entregándola a salvo el día 10 de febrero de 1937, tras haber tenido varios enfrentamientos durante el trayecto con milicianos de la FAI que pretendían hacerse con la prisionera».
Tan «incomprensible» socorro llevó al auto de procesamiento del régimen a inventar una situación trágica.
El refinamiento de maldad del inculpado Luis Arráez Martínez llegó hasta el extremo de decir, en su declaración indagatoria, que protegió y salvó la vida de doña Josefina Gálvez, viuda del glorioso capitán de la Aviación Nacional Sr. Haya…
Ni los tribunales militares pudieron «explicar» la ayuda de Josefina Gálvez de Luis Arráez.
Debemos destacar que el vocal ponente eludió mencionar a Josefina Gálvez como la persona que había ayudado a Luis Arráez a intentar pasar a Gibraltar. Además de que se trataba de la viuda del capitán Haya, suponía una importante prueba de descargo, pues difícilmente alguien a quien se le hubiera dispensado maltrato o sido raptado, como decían los informes oficiales, habría tratado de ayudarlo después, como efectivamente hizo. Además, suponía una clara prueba de la verdadera forma de proceder de Luis.
El día previsto para viajar a La Línea quedó fijado para la mañana del 19 de diciembre de 1939. Fue allí donde, provisto de la cédula personal y el salvoconducto del chófer de la señora Gálvez para pasar a Gibraltar, fue descubierto y detenido por agentes del Cuerpo de Policía e Inspección de la Frontera Sur.
«Una mañana muy temprano, Josefina Gálvez y el chófer lo recogieron de casa de mis tíos, aquí en Málaga, se lo llevaron a Gibraltar y allí fue ya donde lo cogieron. Ella le arregló los papeles y todo para llevárselo. Se lo llevó a Gibraltar y le dijo: “cuando lleguemos a Gibraltar, yo me voy a perder, pero tú sigue.” Siguió, lo llamaron y cometió la torpeza de volverse».
La familia Arráez deja fuera de toda sospecha a Josefina Gálvez, lo cual es lógico, no tiene ningún sentido que se prestara a preparar documentación
falsa para Luis Arráez y realizara un viaje que podía ser peligroso para ella, solo para acabar delatándolo.
Según el testimonio de Dolores Arráez, su padre le contó cómo se produjo la detención: «Hubo un hombre que lo reconoció, se imaginó que podía ser mi padre, porque él iba disfrazado, y dijo a la Policía: “es Luis Arráez”. “¿Está usted seguro?”. “Es Luis Arráez, Luis Arráez”, lo llamaron y lo cogieron. La hija de Gálvez decía: “Yo no me he enterado de lo que ha pasado, yo le dije a él que cuando llegáramos allí, yo me perdía”. No se enteró de lo que pasó».