El general don José Moscardó Ituarte
En julio de 1936, José Moscardó Ituarte, coronel de Infantería del Ejército español con 40 años de esforzada carrera militar a sus espaldas, entró en la Historia teléfono en mano al negarse a rendir el Alcázar de Toledo a cambio de la vida de su hijo, Luis Moscardó. En medio de la confusión y la violencia de la guerra civil española, el asedio del Alcázar atrajo la atención del mundo entero. Todos los medios de comunicación, nacionales e internacionales, se hicieron eco de la numantina resistencia de “los cadetes” del Alcázar de Toledo frente a los milicianos y al ejército republicano que les asediaban con una violencia extrema. Lo que en principio los mandos del ejército rojo calificaron como una “muchachada” sin futuro, se convirtió, por su parte, en una desesperada carrera por tomar el Alcázar a toda costa antes de que las tropas de África llegaran para liberar a los bravos defensores de la famosa fortaleza medieval.
José Moscardó Ituarte, (Madrid, 1878-1956), comandante militar de la plaza, y 1.200 combatientes (entre ellos 8 cadetes), lo resistieron todo durante 72 días, contra toda probabilidad y frente a graves problemas logísticos y unos pavorosos medios de destrucción del enemigo. El asedio duró desde el 21 de julio al 27 de septiembre de 1936. Moscardó se unió a la sublevación militar sabiendo de sobra que Fanjul había fracasado en Madrid y que no podía esperar ayuda inmediata de los suyos. Alejados de sus “hermanos”, rodeados de enemigos, ignorantes de lo que sucedía en el resto de España, sometidos a bombardeos de aviación, inermes ante los ataques de artillería pesada desde diferentes puntos, fueron blanco de miles de disparos de morteros, disparos continuos de fusilería, ametralladoras, y sobrevivieron a intentos de quemarlos vivos con gasolina, a ataques con gases, a la voladura de cuatro minas con varias toneladas de trilita, cuyas explosiones se escucharon a 70 kilómetros de distancia. De “propina” sufrieron el ataque más miserable: el desmoralizador sermón del equidistante y mentiroso cura Camarasa, el 11 de septiembre , dando por segura la muerte de todos tras la voladura de la mina (el 18 de septiembre).
Resistieron, además, el calor espantoso del verano toledano, la sed terrible, el hambre, la falta de sueño, el miedo, la suciedad, los piojos, la desesperanza, el encierro terrible en las profundidades del Alcázar, la absoluta falta de noticias sobre lo que ocurría en el resto de España, durante el primer mes del asedio, las amenazas y brutalidades que los milicianos les gritaban por las noches, entre ellas que estaban violando a las mujeres de los civiles sitiados. A su alrededor el Alcázar se iba desmoronando sin remedio entre imponentes detonaciones, y convirtiéndose en un montón impresionante de escombros, que les defendían sin embargo de los asaltos de miles de milicianos y soldados del ejército de la II República española, devenida República soviética abiertamente desde febrero de 1936.
Paradójicamente, quienes dieron fama mundial a la numantina defensa del Alcázar y a este modesto y esforzado oficial de infantería, hijo de un oficial del Real Cuerpo de Guardias Alabarderos llamado José Moscardó Berbiela y de una guipuzcoana llamada Concepción Ituarte Achaga, fueron los mismos rojos (así se llamaban ellos, no es ninguna ofensa). Sí, porque su fenomenal maquinaria de propaganda fijó el foco mundial en los “rebeldes” del Alcázar, publicando hasta 16 veces la mentira de la rendición de la fortaleza. Como le contaba Enrique Jardiel Poncela a su amigo Mexicano Armando de María y Campos: “El Alcázar de Toledo, por ejemplo, se daba (y anunciaba) por rendido todos los días, publicando fotos del Ayuntamiento de Toledo en los periódicos, diciendo que era el Alcázar, con lo cual reían los rojos, pero reíamos más (por dentro, claro) los que conocíamos Toledo”.
El Alcázar fue el hueso duro de roer que se le atragantó a los capitostes de la República y al mismísimo Stalin, cuyo enviado, Mijail Kolstov, acudía todos los días a ver si había caído el Alcázar para volver a Madrid con el rabo entre las piernas y seguramente con una sensación de ridículo espantoso, porque la prensa roja no dejaba pasar un día sin dar pomposamente la noticia de la caída del Alcázar, como dijo Jardiel Poncela.
Bien, vayamos con la explicación para los confundidos por la propaganda roja de por qué se sublevó el coronel Moscardó. Recurro para ello a la pluma magnífica del escritor gallego Wenceslao Fernández Flórez, que conocía de primera mano a los políticos españoles de esa época tras trabajar de comentarista del Congreso entre 1915 y 1935; “La revolución (se refiere a abril de 1931) no trajo ningún hombre nuevo. Llegaron apenas ciertos energúmenos que creen que cambiar un régimen requiere los mismos procedimientos que deshacer una romería. Sembraron la violencia y el odio destruyeron a diestra y siniestra y pusieron sobre las ruinas pomposos títulos. Todo esto es aún un poquito peor que lo de antes. Lo que había de malo se conserva, y se han añadido dolores nuevos”.
Escribía eso don Wenceslao en 1933, cuando ya habían llegado al poder otros hombres “más azucarados, más respetuosos, pero también sin el quid gobernante. Son el barril de aceite sobre el agua tempestuosa”. Poco después de esas elecciones, el diputado socialista Indalecio Prieto alzaba desafiante su colosal papada para lanzar en un mitin esta bomba de mano dialéctica: “¡Hágase cargo el proletariado del Poder y haga en España lo que España merece!. ¡Para ello no debe titubear, y si es preciso verter sangre, debe verterla! (mitin del 4-II-34 en el cine Pardiñas de Madrid).
Los socialistas no titubearon y ocho meses después, ni cortos ni perezosos dieron un golpe de Estado a la República que no les salió bien, y que causó centenares de muertes, sobre todo en Asturias. No pagaron demasiadas consecuencias porque el matonismo de las milicias obreras imponía mucho a las autoridades competentes. El obeso y escurridizo Prieto escapó a París junto con otros golpistas entre los que se encontraba Ramón Franco, el famoso hermano aviador de Francisco Franco, a quien éste prestaba dinero resignadamente para que sobreviviera allende los Pirineos.
Tras el pucherazo (de sobra probado) de las elecciones de febrero del 36, llevado a cabo por la Comisión de Actas presidida por el socialista Indalecio Prieto (30 escaños le fueron robados a la derecha nada menos, por acción directa del PSOE), el Frente Popular llegó al poder en España; socialistas, comunistas, anarquistas, y separatistas catalanes y vascos se unieron para dirigir los destinos de España hacia dónde más les convenía a ellos, y que era, hoy como ayer, lo peor para España. En su artículo titulado “Carnaval diplomático”, publicado en 1937 por Fernández Flórez, tras pasar un año angustioso en el Madrid Rojo esquivando a la muerte, decía sin rodeos que “los españoles se han rebelado contra unos gobernantes que los llevaban a la anarquía, a la ruina, a la desesperación”.
De febrero a julio de 1936 la anarquía, la inseguridad y la angustia se apoderaron de toda España. “Se hablaba franca y descaradamente de hacer la Revolución Roja en plazo breve. ¡Esta vez va a ser un 34 largo! -se oía en bares y tabernas, dicho a gritos, aludiendo a que se iban a repetir aumentados, los sucesos de 1934”. (Jardiel Poncela, J. 1973-v.VI, 813). El escritor Enrique Jardiel Poncela tuvo conocimiento a través de un trabajador de unos estudios cinematográficos, militante comunista de pro, de que “la cosa no será hasta octubre”. “La cosa” era la revolución marxista, ni más ni menos, y estalló antes de lo previsto porque parte del ejército español se sublevó contra el gobierno frentepopulista tras el magnicidio de José Calvo Sotelo, el 13 de julio de 1936.
Como todos los periódicos de derechas estaban cerrados o sujetos a una férrea censura, el jefe de Renovación Española, señor don José Calvo Sotelo, denunciaba desde su escaño en el Congreso las cifras escandalosas del matonismo proletario. Recibió amenazas muy gruesas de varios diputados frente populistas, entre ellos la comunista Dolores Ibárruri, famosa acémila de Stalin. “Esta es la última vez que este hombre habla aquí”- sentenció la comunista vasca. Y también: “este hombre morirá con los zapatos puestos”. Así fue. Don José Calvo Sotelo, la mejor cabeza y corazón de la derecha española, murió a los 43 años en la madrugada del 13 de julio de 1936, asesinado por pistoleros socialistas, guardias de asalto y un garbanzo negro de la Guardia Civil, el capitán Fernando Condés. No quiero dejar de citar un pensamiento de Calvo Sotelo en aquellos terribles años para España: “Para hacer un pueblo se necesitan siglos y héroes; para deshacerlo bastan dos años y al timón cualquier monstruo”.
España quedó en suspenso. Nuestro protagonista, el coronel Moscardó estaba sobre aviso, y como el minucioso, brillante y prevenido estratega que siempre fue, tenía ya organizados a los elementos de orden y a todas las fuerzas militares disponibles del territorio donde se encontraba (Toledo) para unirse a la sublevación militar en el momento en que se produjera. Sin embargo, el 18 de julio le encontró en Madrid, donde se preparaba para viajar a Barcelona, donde ya estaban su hijo, José, y tres oficiales más de la Academia de Infantería de Toledo. Juntos iban a viajar a Francia y de allí a Berlín, para presenciar las Olimpiadas de 1936. No hubo tal viaje. Inmediatamente el coronel Moscardó se trasladó a Capitanía General, donde presenció la detención del general Cavalcanti (la Habana, 1871- San Sebastián, 1937), yerno de la famosa escritora Emilia Pardo Bazán. “Yo viendo que aquellos no hacían nada, resolví con rapidez volverme a Toledo y así poder llevar a término, en mi puesto, bajo mi responsabilidad, lo que era mi deber”. (Gómez Oliveros, 1956-110).
Las razones que le dio José Moscardó al general Riquelme, tras sublevarse, al amanecer del 21 de julio, fueron tres: “primero, el amor a España, que está en poder del marxismo. Segundo, mi confianza ciega en el general Franco. Tercero, mi negativa a cumplir la deshonrosa e indigna orden de entregar a las milicias rojas el armamento de los caballeros cadetes”. (Arrarás, J. 1940-v.VII, p.143).
Otras muchas guarniciones militares en todo el territorio nacional hacían lo que podían, según el espíritu de sus oficiales; luchar, resistir, sucumbir, doblegarse, pasarse…No me resisto a mencionar aquí a los miembros del Regimiento de Transmisiones de El Pardo. Preguntados desde Madrid en varias ocasiones sobre sus intenciones, contestaban: “Cumplir con nuestro deber”. A las 4 de la madrugada del 21 de julio subieron a 20 camiones y tras recorrer varias localidades de la sierra de Madrid dando animados vivas, puño en alto, al grito que les lanzaban los revolucionarios de: “¡Viva la república soviética!”, se pasaron a los nacionales que controlaban Segovia.
El coronel Moscardó también dio cumplidas largas a Madrid durante tres días. En varias ocasiones le llamaron reclamando el envío de armas de la fábrica de armas cercana. El general Rafael Casas de la Vega en su libro “El Alcázar” (Madrid, 1976) nos describe al coronel Moscardó como “un viejo militar con el colmillo muy retorcido”. Este libro es muy interesante ya que utiliza fuentes del bando perdedor, y deja en evidencia las muchas mentiras de los rojillos sobre el sitio del Alcázar. A saber, que en realidad no hicieron casi nada para tomar el Alcázar. Que si no lo tomaron fue porque no quisieron, vaya.
El 21 de agosto, se encierran para resistir el sitio y el coronel Moscardó toma una decisión que le martirizaría el resto de su vida: hizo salir de la fortaleza a su familia, su mujer María Dolores, y sus dos hijos, Luis, de 24 años, y Carmelo, de 16. Les dijo que se fueran a Madrid, donde nadie les conocía, y donde estarían más seguros. “Fuera los creía más seguros porque jamás pensé que seres tan inocentes sirvieran para tomar represalias” -le dijo a su biógrafo, el comandante Gómez Oliveros. El coronel, licenciado con 18 años de la Academia de Infantería de Toledo en pleno año del desastre colonial, 1898, tenía un desconocimiento total de lo que significaba una revolución marxista. No hubo piedad. En palabras del general Rafael Casas de la Vega, Toledo se llenó de una “espesa canalla de burdel”, (la famosa “sexta columna” a la que se referirá años más tarde Indalecio Prieto), que no obedecía más órdenes que las de sus impulsos asesinos y apetencias sensuales. De Madrid venían diariamente camiones llenos de milicianos y milicianas que pasaban el día pegando tiros y después se iban. En sus excursiones toledanas se dedicaban también a la caza del “faccioso” y al robo de los bienes de los “facciosos”, claro está.
El 23 de julio, le pusieron al habla con su hijo Luis, capturado en la casa de unos conocidos. Si no se rinde inmediatamente, matamos a su hijo aquí presente en el plazo de 10 minutos -le dijeron. Se lo pusieron al teléfono y padre e hijo hablaron por última vez en esta vida, porque a Luis lo asesinaron un mes después, en la saca del Cambrón, el 23 de agosto, junto con 80 personas más.
Veamos cómo lo contó el mismo coronel Moscardó al periodista Pérez Olivares, pocos días después de la liberación del Alcázar:
“Hablamos en el hotel Castilla, de Toledo, donde está instalada la Comandancia Militar. Este hombre admirable, cuya edad ha traspasado la línea de la madurez, es fuerte, enérgico, firme como una roca y de una entereza que asombra. Tras los cristales de sus gafas, los ojos miran tranquilos, sin agresividad, un poco abstraídos. Reflexivo, sereno, de resoluciones inquebrantables.
Me dice:
La situación en Toledo iba siento insostenible. Todo presagiaba la proximidad de la catástrofe. Con motivo de un incidente ocurrido en la plaza de Zocodover entre los vendedores del periódico El socorro rojo y los cadetes que se negaron a comprarlo, me llamó el gobernador, con quien tuve una entrevista violentísima. Pretendía que se obligara a los muchachos a adquirir dicha publicación, a lo que me negué resueltamente. El día 19 de julio recibí la orden de enviar a Madrid todo el armamento y las municiones, un millón de cartuchos, de la fábrica de Armas, que se llevaron a la Academia de infantería, en lugar de a Madrid, por orden de Moscardó.
Habla con Riquelme el 20 de julio.
¿Cuál es la actitud de usted?
–La de todo buen español y buen soldado: defender a España.
-¿Usted se da cuenta de la responsabilidad que contrae?
-Exacta.
-¿No entrega usted la Academia?
-¡Jamás!
-Iré con una columna a recobrarla.
-¡Bien!
-Y la bombardearé esta tarde misma.
-Perfectamente.
Riquelme colgó el aparato con violencia y poco después sufrimos el primer ataque de la aviación.
El 22 las fuerzas nacionales se retiran de varias posiciones defensivas y se recluyen en el Alcázar.
-Habla con el comandante de las milicias rojas …
Tengo en mi poder a su hijo a quien fusilaré si no se rinde.
-Usted ni es militar ni es caballero. Si lo fuera, sabría que el honor militar no claudica jamás ante las amenazas. Podría usted acabar con la vida de mi hijo y con la de mi familia entera y no me apartaría del cumplimiento de mi deber.
-¿Acaso cree usted que es vana amenaza mi afirmación? Va usted a hablar con su hijo, ¡A ver! ¡Qué venga Moscardó!
Y sentí en las vibraciones del auricular los pasos de mi pobre criatura que se acercaba al aparato.
-¡Hola papá!
-¿Qué pasa?
-Nada de particular, papá. Que dicen que van a fusilarme si no te rindes.
–Ya sabes cómo pienso yo. Si es cierto que te van a fusilar, encomienda tu alma a Dios, grita Viva España y serás un mártir que morirás por ella.
-Un beso muy fuerte, papá
-Adiós, hijo mío, un beso muy fuerte.
Una ráfaga de emoción estremece en un ligero temblor sus labios, y me llena de angustia. Guardo silencio. Es un momento que parece un siglo. Se recobra rápidamente y sigue facilitándome con pasmosa tranquilidad las noticias de su calvario.
“Los oficiales que escucharon la conversación me abrazaron con cariñosas efusiones. Entre mi amor de padre y mi deber de militar tenía que prevalecer el último. ¡Perdía un hijo, pero salvaba a España! A punto estuve de que me mataran también al más pequeño al quien llevaban al suplicio atado a la muñeca de su hermano”.
Estuvimos un mes interminable sin comunicación alguna con el exterior. Era preciso procurarse unas baterías eléctricas para la radio que pudimos lograr en una de las frecuentes razzias que se hacían en busca de leche para los enfermos. Desde este momento Radio Club Portugués nos llevaba el consuelo de sus emisiones y nos confirmaba que España, nuestra España querida, avanzaba por los caminos dichosos de su salvación y nos confortaba con la seguridad de que nuestro sacrificio no sería estéril.
Pérez Olivares habla sobre “los trágicos días en que imperó la barbarie y dominó el crimen en la capital toledana. En cada celda pasaban de 30 las personas recluidas. Hacinamiento, inmovilidad, atmósfera pesada e irrespirable, sin agua y sin limpieza. El médico le dijo al Gobernador que era mejor, más caritativo y humano, matarlos que tenerlos allí sometidos a tamaño tormento”. Se da la circunstancia de que el eco mató a muchas personas inocentes en Toledo. Los tiros de los “pacos” resonaban en las callejuelas medievales de Toledo, y parecía que tiraban desde muchas casas.
Mientras la espesa canalla de burdel se dedicaba a lo suyo (a robar y asesinar), llegaron inmediatamente a Toledo unidades del “Ejército Popular” más o menos organizadas con nombres poco prometedores para los defensores del Alcázar tales como el “Batallón Exterminio” y “Grupo Venganza”. Según Rafael Casas de la Vega, parecían guiados por reglas simples: la principal era matar a cualquiera que vistiese sotana, los frailes primero”. El número de religiosos muertos en Toledo se dice que fue de 107. (Casas de la Vega, 1976- 147). Con el paso de los días, el ejército rojo se fue organizando mejor, aunque a los mandos del ejército republicano sólo les obedecían los caciques rojos toledanos si les daba la gana, lo cual no era la mejor táctica para alcanzar la victoria, la verdad.
Los pormenores del sitio del Alcázar se pueden leer en varias obras magníficas que cito en la bibliografía. Pero a nosotros nos interesa hablar del coronel Moscardó, de su personalidad, de su vida, de cómo logró dirigir a tantas personas, organizar la logística, y mantener el espíritu y la resistencia de los sitiados. Hay gente, que le negó el pan y la sal, y le quitó el mérito de la defensa, por envidia o por desconocimiento. Pero lo cierto es que el coronel Moscardó sabía mandar, y mandó. Y supo analizar la situación y planificar de manera brillante hasta los más nimios detalles, la defensa del Alcázar. Pero lo que es más importante, supo mantener alta la moral de los defensores, aunque él se sintiera desfallecer a veces. En propias palabras, iba siempre “con su cara de Pascua” puesta encima de sus angustias personales, para animar a los cientos de personas que tenía bajo su mando y a su cargo durante el sitio.
Tenemos muchas fuentes directas de los hechos. Es el mismo coronel José Moscardó Ituarte quien se confiesa, de varias maneras sobre los hechos y sobre sus sentimientos más personales. Vemos al militar, que redacta al estilo castrense el diario de operaciones. Y después vemos al hombre, al esposo, al padre, que en un largo monólogo escrito, que es en realidad un doloroso diálogo a distancia con su esposa, María Dolores, desahoga sus sentimientos y sus miedos sobre el destino de su familia. ¿Dónde estarán? ¿Qué será de ellos? ¿Cómo se ganarán la vida si yo falto? ¿Perderá la razón su querida esposa con tanto sufrimiento? Vemos al padre de familia subir a las torres del Alcázar que aún quedaba en pie, a mirar intensamente la casa donde vivían hace pocos días toda la familia. Miente un poco el general Moscardó a su biógrafo, en 1956, cuando le dice que tenía paz de espíritu mientras dirigía el sitio. No la tenia en absoluto respecto a la suerte de los suyos, que le inquietaba sobremanera y no le dejaba vivir en paz. Como ejemplo le cito a él mismo. De su carta-conversación a su familia, fechada el 1 de septiembre:
“Estoy pasando un día de verdadera blandura; hoy hace 43 días que no se nada de vosotros, y ¡mira que pueden haber pasado cosas en esos días y en estas circunstancias! Lo mismo podéis estar todos bien que no quedar en pie más que la niña y yo, que es lo más probable. Todavía tengo la esperanza de que Pepe, antes de llegar a Barcelona, se volviese a Zaragoza o a Valladolid y entonces es probable que esté en la sierra (…) pero si le cogió en Barcelona y se unió a la guarnición, no se que habrá sido de él. Miguel quién sabe lo que le pasará aun cuando de lucha en campo abierto se sale. Pero vosotros tres, que estáis en las peores condiciones, en las más pésimas, será milagroso que salgáis con vida. Si no perecisteis al principio, es posible que os hayáis consumido de hambre en una celda o de enfermedad o de malos tratos (…). Excuso decirte las preocupaciones y angustias ante la responsabilidad, vuestra ausencia, etc.., y la cara de pascua que yo tengo que tener en público. Todo, todo está en el corazón de Jesús, en quien confío ciegamente” (Bullón de Mendoza, A; Togores, L. 1997-143).
Los Navy Seals, tropas de élite de la Armada Norteamericana creadas en 1962, están muy interesados en conocer las fuentes de la fortaleza de espíritu (ellos lo llaman fuerza mental). Saben que la fuerza física se puede cultivar en un gimnasio, en el campo de entrenamiento, pero las fuerzas del espíritu no. ¿De dónde saca las fuerzas un hombre cuando ya no puede más? Jardiel Poncela de nuevo nos ilumina: “desde el primer día de la guerra y hasta el final, los nacionales tuvieron siempre espíritu de sacrificio. Los rojos no lo tuvieron nunca. Porque los unos luchaban por lo espiritual y los otros por lo material. Porque unos supieron renunciar a todo, menos a vencer: y los otros renunciaban a vencer con tal de tenerlo todo. (…) Indalecio Prieto resumió en un aforismo esta inmensa verdad que tanto contribuyó al éxito de Franco y a la derrota marxista: “Los ricos supieron ser pobres y los pobres no supieron ser ricos”. (Prieto, -recordemos, máximo dirigente del PSOE-, sacó de aquel tremendo baño de sangre muchísimos millones que disfrutó en México hasta su muerte en febrero de 1962).
Moscardó ideó un medio para mantener la moral alta, transmitir sus órdenes a todas las personas a su cargo, y evitar la transmisión de bulos que minaran el espíritu de los sitiados: un periódico. El 26 de julio salió el primer número del Alcázar, que se publicó hasta el final del asedio, el 27 de septiembre y después se siguió publicando hasta el 6 de noviembre de 1987. Sedientos de noticias del exterior, desde el 21 de julio, los redactores del periódico El Alcázar interpretaban hábilmente las que escuchaban de los rojos. Nunca se equivocaron. Entre el bosque de mentiras, encontraban sagazmente las pistas que les indicaban que sus “hermanos” no habían sido derrotados, y que no eran los únicos que luchaban por España. Veamos qué publicaba Moscardó en esa hoja volandera que tantos ánimos daba a los sitiados:
El Alcázar, Nº 3, 28 de Julio. Ayer se jugó al fútbol en el patio de este Alcázar-palacio, y por la tarde hubo canciones a cargo de la juventud.
El Alcázar, Nº 16. 16 de agosto. Orden de la comandancia militar: Quedan terminantemente prohibidas las conversaciones con el enemigo o con otra cualquiera clase de personas que se acerquen a los puestos con tal objeto. Que sean contestadas con fuego únicamente”. El coronel comandante militar José Moscardó. (Arrarás, J. 1940-VII,173).
El Alcázar, Nº 28. 22-agosto 36. Orden de la Comandancia militar.
“…debemos estar dispuestos a los mayores sacrificios, incluso el de nuestras vidas, nunca mejor ofrendadas que al servicio de una futura España tan grande como ansía nuestro deseo. Así lo espera de todos vosotros quien tiene como el mejor honor de su vida el mandaros en estas horas históricas. El coronel comandante militar, Moscardó”. (Arrarás, J.1940-VII,176)
El Alcázar, Nº56. Domingo 20 -septiembre-1936.
“De la información extranjera se deduce que constituimos el plano de la máxima actualidad en España y en el mundo entero. A seguir confiando con valor y tesón y firme esperanza en el triunfo definitivo, todos unidos en un mismo sentir y en un mismo pensar”. (Arrarás, J. 1940-VII,186)
Hay cosas que no comparte con todo el mundo, naturalmente. Los muertos y heridos diarios, por ejemplo. Pero sí se publican los nombres de los combatientes que se han destacado por su valor. También noticias de fuera, noticias del día a día del sitio, recomendaciones para mantenerse saludables, con la poca comida que se repartía, y consejos para no malgastar el agua diaria, que se raciona a un litro por persona el 10 de agosto.
Otro factor muy importante que mantuvo alta la moral de los sitiados fue la fe religiosa. Rezaban el rosario todas las tardes, en varios turnos. Era un momento esperado por los combatientes, de descanso y de espiritualidad en comunidad. “Dios no nos olvidó un instante -señaló el coronel Moscardó. El día que estallaron las dos minas, se derrumbaron torreones y paredes y la escalera, aislándonos del piso superior. El estallido de las minas nos hizo rodar por el suelo. Me rehíce con rapidez y pensé que vendría el asalto inmediato”. Ocurría esto el 18 de septiembre del 36 y aún quedaban 10 días infernales de asedio, en los que los rojos intentaron desesperadamente vencer la resistencia de los sitiados, sin conseguirlo.
El 24 de septiembre de 1936 el Daily Telegraph publicó esta crónica que debió dejar echando espuma por la boca a Stalin y a todos los cipayos comunistas del gobierno frentepopulista. La cito entera porque es muy hermosa y deja las cosas muy claras. Faltaban sólo cuatro días para la liberación:
“La historia de España está llena de casos de defensa desesperada contra los asedios. Lo mismo los generales de Roma que los mariscales de Napoleón descubrieron que los españoles son sobrehumanos en la resistencia tras los muros de un fuerte. A la guarnición que defiende el Alcázar hay que concederle el honor de un heroísmo tan grande como el de los defensores de Numancia y de Zaragoza. Reducidos a un puñado de hombres, tienen con ellos muchas mujeres y niños (…) están mal provistos de municiones; los alimentos les faltan y sin embargo desde hace más de nueve semanas han defendido la fortaleza medieval contra un ataque con armamento moderno. ¡Cualquiera que sea el resultado definitivo han ganado una fama inmortal!
El 27 de septiembre llegaron los regulares y la legión al recinto destrozado del Alcázar Llegaron por la tarde. Por la mañana había hecho explosión otra mina y habían rechazado otro asalto masivo. Estaban exhaustos y no se fiaban de nadie. Los jóvenes falangistas fueron los primeros en romper el hielo, saltando por encima de las ruinas al encuentro de las tropas nacionales. ¡Viva España! y ¡Sois cojonudos! Fueron los gritos de los defensores del Alcázar al ver a sus salvadores. Porque ya sólo los separaban dos o tres días de convertirse en un nuevo “festín de las moscas”, como lo fueron los jóvenes militares y los civiles de Falange que defendieron el Cuartel de la Montaña en Madrid. El 28 de septiembre por la tarde, el coronel Moscardó, contento, pero lleno de temor por la suerte que había corrido su familia, supo antes de llegar al hotel Castilla, por un malicioso y cruel informante, que Pepe y Luis habían sido asesinados por los rojos. Pepe en Barcelona,el 23 de julio, y Luis en las murallas de Toledo el 23 de agosto. Creyó desmayarse por la crueldad del golpe. Las piernas le fallaron pero se rehízo y consiguió llegar al hotel donde le esperaban su esposa y su hijo pequeño, Carmelo, de 16 años, que habían pasado un calvario espantoso durante esos 72 días.
Este hombre era de hierro verdaderamente, porque no se dio descanso. Ascendido a general de brigada y condecorado con la Laureada de San Fernando, por el general Franco, se hizo cargo del frente de Guadalajara durante un año, instalando su cuartel general en Soria. Después mandó en Cuerpo del Ejército de Aragón, y él y toda su familia se mudaron a Zaragoza. Todo lo habían perdido en Toledo; su ajuar, sus recuerdos, todas sus posesiones materiales, que no eran muchas, pues el general Moscardó Ituarte nunca tuvo bienes de fortuna. Este hombre sufrido y fuerte, estaba desde su nacimiento acostumbrado a vivir con poco, siempre dispuesto a darlo todo por España. Verdaderamente resulta un ser incomprensible para la podrida sociedad actual. Cuando murió en abril de 1956 no tenía ni una cuenta corriente. Vivía al día, de sus pagas, de las que apartaba una buena cantidad al mes para ayudar, en la medida de lo posible, a todo aquel que tocara a su puerta.
Él hizo realidad los sueños de su padre, capitán de Alabarderos, de hacer una carrera militar digna. Su padre, al que recordaba siempre agobiado y de mal humor, se esforzó mucho por darle una buena educación a su único hijo. Cargando con una esposa enferma, aquejada de una enfermedad mental, y con una hermana que padecía parálisis progresiva, José Moscardó Berbiela consiguió a fuerza de trabajar dar una estupenda educación a su Pepe, a quien llevaba, además, en verano a pasar un mes con su familia guipuzcoana, con los que aprendió a hablar en vasco. También hablaba alemán, que aprendió en sus ratos libres en el Protectorado marroquí. Muy joven consiguió aprobar el examen de entrada en la Academia de Infantería, y después inició una honrosa carrera militar que le llevó por todos los rincones de España, y durante 18 años al norte de África. Casado en 1904 con una andaluza, hija de un general de la Guardia Civil, María Dolores Guzmán Palanca (¡Ay, ese apellido Guzmán, ¡qué fatal y extraña casualidad!), tuvieron seis hijos de los que les sobrevivieron la mitad: Miguel, Marichu y Carmelo.
Hecho a trabajar sin descanso, amante de la música, de los viajes, de cumplir con su deber, de ser honrado por encima de todo, y fiel a su patria, España, Moscardó es descrito por su biógrafo sin ocultar sus defectos, sus bruscos cambios de humor, sus “salidas” inesperadas, pero también su humildad, su generosidad y lo poco envanecido que estaba por su fama mundial. Una de las cosas que más llaman la atención es lo triste que le ponía la reconstrucción del Alcázar. Le parecía que se daban mucha prisa en hacer desaparecer las ruinas, escenario de tan heroica resistencia.
Como lo hemos visto a través de su biógrafo, que le adoraba, aunque se pelearan, y a través de un periodista afín, además de sus propios escritos y declaraciones, vamos a añadir un testimonio de un joven catalán que lo conoció cuando era jefe del Cuerpo del Ejército de Aragón:
Recién acabada la guerra, el soldado catalán Manuel Tarín-Iglesias, de 20 años de edad, fue citado ante el general Moscardó para contarle su odisea en poder de los rojos en Barcelona: “El general era el héroe del Alcázar de Toledo, don José Moscardó Ituarte, lleno de tics, moviendo la nariz, los ojos detrás de unos cristales de color caramelo. Me hizo muchas preguntas; pude contarle la odisea de la organización clandestina en Barcelona, pero sobre todo prestaba atención a cuanto le decía de los mozalbetes que se jugaban el bigote (…). Yo estaba intrigado de por qué aquel héroe quería conocer la pequeña historia de la Barcelona cautiva, y la serenidad de la juventud ante la muerte. Pero seguía insistiendo, y yo seguía hablando, de las checas, del castillo de Montjuic…
Moscardó amaba mucho a Cataluña y a los catalanes. Una de sus satisfacciones había sido participar activamente al mano del Cuerpo del Ejército de Aragón – en cuyas unidades lucharon innumerables oficiales y soldados catalanes-, a la reconquista de Cataluña, iniciada en 1938, con la llegada del ejército nacional a tierras leridanas. Por otra parte, Moscardó sentía una infinita ternura hacia la juventud, que había sido tan generosa, y este sentimiento se lo inspiraba -al decir de Arias Salgado-, el recuerdo de los dos hijos que había perdido durante la guerra: Luis y José. El general se interesó por todo, por mi familia y por la circunstancia de mi destino en el 14º Regimiento de Artillería Ligera. A partir de aquella fecha, Moscardó me trató siempre con gran deferencia, demostrándolo cuando tiempo después fue capitán general de Cataluña y coincidí como soldado bajo sus órdenes” (Tarín- Iglesias, 1985).
Nada más nos queda añadir, salvo que el general don José Moscardó yace enterrado con sus hijos y su mujer en la cripta del Alcázar de Toledo, junto a muchos de los defensores del Alcázar. Queremos recordarle con estas líneas, y desear que queden en España muchos hombres tan valientes, tan duros y honrados como él. Que Dios le bendiga y le haya dado el descanso eterno.
Bibliografía
Arrarás, J. (Dir.) Historia de la Cruzada. Ediciones españolas S.A., Madrid, 1940.
Bullón de Mendoza, A.; Togores, L. El Alcázar de Toledo; final de una polémica. Madrid, 1997.
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Mitos al descubierto-El asesinato de Calvo Sotelo
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Mitos al descubierto; El asedio del Alcázar de Toledo.
https://www.youtube.com/watch?v=u0hCkC-FCXA&t=329s