Verdad Histórica de Luis Moscardó Guzmán (1911-1936)

Luis Moscardó Guzmán

Si ustedes visitan actualmente el Alcázar de Toledo, lo más probable es que el guía no les diga la verdad sobre el destino del joven hijo del coronel Moscardó, Luis Moscardó Guzmán. Sobre cómo y dónde murió, sobre quiénes lo mataron y por qué. Y hasta puede que ose decirles que Luis Moscardó murió luchando en el cuartel de la Montaña, el 21 de julio en Madrid. La burla, la negación, la mentira, y la destrucción de pruebas son las tácticas más utilizadas en la estrategia izquierdista para borrar sus derrotas y sus crímenes. Recordemos que la difunta ministra de Defensa Carme Chacón definía, en 2008, como “falsos históricos” los sucesos del sitio del Alcázar. Dentro del saco de “falsos históricos” entran, claro está, todos los hechos que no les gusta recordar a quienes perdieron la guerra civil, y entre los miles de hechos de esa guerra, ninguno tienen más atragantado que la épica defensa del Alcázar de Toledo. Y es que la denodada lucha que protagonizaron aquellos valientes españoles en el Alcázar de Toledo  fue conocida en todo el ancho mundo, y sigue siendo recordada y celebrada por toda la gente de bien hasta el día de hoy.

Luis Moscardó Guzmán
Luis Moscardó Guzmán

   El papa Juan Pablo II (Wadowice, 1920-Roma, 2005), en su primer viaje a España en 1982 insistió en visitar El Alcázar de Toledo, – “l´Alcassar”, como él lo pronunciaba-, pero los obispos al mando no juzgaron oportuna esa visita. El Papa  se tuvo que conformar  con verlo desde un helicóptero y lo bendijo desde el cielo. “¡Toda Polonia rezaba por l´Alcassar!” -recordó el Papa que más luchó contra el comunismo.

   El efecto de la valiente defensa del Alcázar de Toledo tocó incluso algún corazón encallecido de los que en Madrid mataban por odio ideológico y de clase. El testimonio del anarquista Gregorio Gallego (Madrid, 1916-2007) sorprende por su sinceridad: “Confieso que el capitulo de la perdida de Toledo nunca he podido digerirlo– escribía en 1976-. Para un pueblo tan imbuido de leyendas heroicas y de gloriosas tradiciones militares como el nuestro, la obstinación de los encerrados en el Alcázar tenía mucho de sublime, algo que a todos nos conmovía”.

   En el castigado frente de la sierra de Madrid, sometidos a bombardeos y ataques continuos, el páter José Caballero (1899-1983), escribía esto en su diario el 24 de septiembre: “Ruedan noticias optimistas: ¿se ha tomado ya el Alcázar? Vivimos pendientes de esa gran gesta”. La noche del 27 de septiembre de 1936: “Llego hecho polvo, pero me reanima el entusiasmo de todos: el parte oficial de la noche nos ha dicho que hoy se ha tomado el Alcázar. El mundo éste, vil y de gusanos, ya tiene un ejemplo. ¡Y vaya ejemplo!”. El 29 de septiembre, muerto de frío por la noche escribe esto: “Nos cae encima una noche de frío intenso. (…). Intento dormir. Lo de Toledo nos recalienta el alma”.

   Lo de Toledo fue muy grande. Tanto que los ojos de Stalin en España, el judío ruso Mijail Kolstov, se desplazaba todos los días a Toledo, a una hora de Madrid, para comprobar los avances del asedio, preocupados rusos y rojos por el enorme eco que estaba teniendo en todo el mundo la resistencia de un puñado de valientes dentro del venerable edificio.

Pero volvamos al humilde y valeroso protagonista de nuestra historia. Volvamos con Luis y recordemos cómo fueron sus últimos días de vida en este mundo. Desde el 13 de julio de 1936, cuando toda España supo que pistoleros del PSOE y Guardias de Asalto habían asesinado al líder de Renovación Española, don José Calvo Sotelo, nadie dudó de que algo muy grave iba a suceder. El 17 de julio a las 17h se produjo la sublevación del ejército de África. El 18 de julio por la mañana el coronel Moscardó se encontraba en Madrid a punto de emprender viaje hacia Barcelona, donde lo esperaba su hijo de 28 años, José, teniente de Infantería, para seguir viaje a Berlín. Iban a asistir a las Olimpiadas que se celebraban en Alemania ya que el coronel Moscardó era el director de la Escuela Central de Gimnasia, dependiente de la Academia de Infantería de Toledo. En vista de que los acontecimientos se precipitaban, el coronel Moscardó canceló inmediatamente el viaje sin poder avisar a su hijo Pepe, y se fue a Capitanía General para  ver qué ambiente había por allí. Vio muchas «caras largas» y poca acción, así que decidió volver rápidamente a Toledo, donde llegó a las tres de la tarde. Allí se reencontró con su mujer, Maria Dolores Guzmán Palanca, y con sus dos hijos: Carmelo, de 16 años, y Luis, de 24, que estudiaba para Ayudante de Obras Públicas. El otro hijo varón, Miguel, de 26 años, era teniente de Regulares y estaba destinado en el Protectorado. María, de 19 años, estaba de vacaciones en Portugal con unos parientes. 

María Moscardó visitó los estudios de Radio Club Portugués en Lisboa, en dos ocasiones, para animar a los defensores del Alcázar. Su padre que durante todo el asedio se desesperaba pensando en el destino de sus cinco hijos y de su esposa, se alegró muchísimo de saber algo sobre Marichu. Esa radio era famosísima entre los nacionales porque les proporcionaba información veraz (sobre todo en la zona roja), y les daba esperanza en medio de la tragedia que vivían. Por eso los comunistas se molestaron en ir personalmente a Portugal para volar la estación de radio amiga en enero de 1937, aunque no pudieron cerrarla más de un día.

De vuelta en España, Marichu concedió una entrevista en Valladolid al reportero Manuel Gómez Domingo, el 28 de septiembre de 1936. Aún ignoraba la suerte que había corrido Luis, pues llegaría a Toledo al día siguiente. Describió a su hermano Luis como un hombre «muy español, muy entero y bueno». –Es ya un hombre de veinticuatro años, pero en el fondo un niño, un niño grande -le explicó la joven al periodista que no se atrevió a darle la mala noticia. 

Su padre describió así a Luis: “nacido en Madrid, 24 años, alto, muy fuerte, moreno, pelo negro y rizado, gran nadador, sano, muy sano, de cuerpo y de espíritu, muy aficionado al dibujo (como todos sus hermanos) en el que se distinguió notablemente, en especial el topográfico y lineal. Se educó en los Agustinos de Ceuta y tenía el grado de bachiller. En los primeros días de julio de 1936 terminó las oposiciones para ingreso en la Escuela de Ayudantes de Obras Públicas, muy reñidas, en las que obtuvo plaza. No fumaba ni bebía. Tenía un carácter abierto y bondadoso, pero serio en todos sus actos. Cariñoso en extremo con toda su familia (…) poco amigo de figurar. Religioso a fondo. Se le iban los ojos tras de la Falange, aunque no estaba adscrito a ningún partido político. Jamás nos dio un disgusto, lo mismo que todos sus hermanos. Al entrarnos en el Alcázar acordé que la madre y los dos hijos quedasen fuera, ante la certeza y decisión de que los que allí nos metíamos era para morir, los consideraba más seguros quedándose fuera”.  

Comenzada la guerra, la sarracina revolucionaria se desencadenó en la retaguardia roja. Madrid, el sábado 18 de julio a las ocho de la tarde quedó convertida en una trampa mortal para la gente de bien. “Sin misericordia” – fue la consigna dada por el Partido Comunista a sus miembros antes de tomar el cuartel de la Montaña el 20 de julio por la mañana, como confesaría el comunista Enrique Castro Delgado años más tarde. Justamente esta carnicería del cuartel de la Montaña y esta falta de “misericordia”, ampliamente difundida por el gobierno frente populista, fue la que provocó, en parte, las resistencias numantinas que protagonizaron los nacionales en el Alcázar de Toledo, en Oviedo y en el santuario de Santa María de la Cabeza, entre otros lugares. El líder anarquista y conocido terrorista devenido inconcebible ministro de Justicia, Juan García Oliver admitía pesaroso que: “cuando nos atacan no resistimos nada; cuando les cercamos nosotros nos pasamos allí toda la vida”.

En Toledo, el coronel Moscardó al mando de la guarnición, proclamó el Estado de guerra el día 21 muy temprano, uniéndose así a la sublevación, pero el mismo día 21 de julio llegó desde Madrid una columna enviada por el gobierno del Frente Popular, por lo que se atrincheraron en el Alcázar, entonces Academia de Infantería. Eran 1.290 defensores en total, más 550 mujeres y 50 niños, familiares de los 690 guardias civiles procedentes de toda la provincia, que se sumaron a la guarnición sublevada de Toledo. Todos estaban dispuestos a resistir hasta el final, aun encontrándose a mucha distancia de las tropas sublevadas. El sitio duró desde el 21 de julio hasta el 27 de septiembre; cayeron sobre el Alcázar miles de proyectiles de artillería y centenares de bombas de aviación. Los defensores hicieron frente a ocho asaltos generales directos y a la explosión de dos potentísimas minas excavadas bajo los cimientos del edificio, cuyo estruendo pudo escucharse a 70 km de distancia de la ciudad. Murieron en el transcurso del sitio 110 defensores. 11 muertes más se produjeron por causas naturales. 

Desde el 18 de Julio, la familia del coronel Moscardó se hallaba instalada dentro del Alcázar, pero antes de iniciarse el sitio, el mismo día 21 el coronel decidió que su familia saliera del recinto militar por considerar que estarían más seguros fuera. Luis, muy contrariado, tuvo que aceptar. “Mi hijo pidió encarecidamente a su madre que le dejara ir al Alcázar; ésta, casi llorando le pidió que no la dejase, y Luis sin la menor protesta, pero con sensible amargura, se quedó con su madre y su hermano pequeño” -dejó escrito el general Moscardó.

Poco después, la esposa y los dos hijos del coronel Moscardó fueron reconocidos  en casa de unos amigos y arrestados por las milicias frentepopulistas, que buscaban afanosamente por toda la ciudad a gente sospechosa de ser de derechas, o simplemente cristianos. El 23 de julio tuvo lugar la famosa conversación telefónica protagonizada por el diputado de Izquierda Republicana, Cándido Cabello Sánchez (1886-Consuegra, 1938), en la que se sometió a un miserable chantaje al coronel Moscardó para que rindiera el Alcázar a cambio de la vida de su hijo. El coronel se negó, como es bien sabido, llegando la noticia inmediatamente al resto de sublevados y familiares pues dos falangistas presentes en el despacho del coronel bajaron al patio corriendo a contar lo sucedido. Una testigo, Marta Ramos, niña entonces, hija de un sargento de la Guardia Civil sublevado en el Alcázar, recuerda el llanto de la joven novieta de Luis, Gloria Imaz, que iba gritando desesperada: “¡Ay, que ha dicho Moscardó que maten a Luis!”.

Hasta el fin del asedio el coronel Moscardó mantuvo la esperanza de que la amenaza de asesinar a su hijo Luis no se cumpliera. En un primer momento gentes más racionales y humanas impidieron que Cándido Cabello llevara a cabo el asesinato anunciado. Luis volvió a la cárcel junto a su hermano y su madre. En la cárcel, Luis le preguntó al hermano Javier
Benito, de quien había sido alumno: “¿Qué será de nosotros?”. El religioso le contestó: “Hijo mío, que se haga la voluntad de Dios”.

En la cárcel, los hermanos, además de estar sujetos a las clásicas humillaciones que los presos derechistas recibían de sus carceleros, también asistían a las discusiones metafísicas entre religiosos y milicianos. Carmelo presenció una discusión entre un miliciano llamado Domingo Machado, el granadino y el hermano Jorge Luis acerca de la existencia de Dios. El hermano defendió tan bien la religión que el granadino, rabioso, le soltó un garrotazo en la cabeza. (ver: A alma dos mártires).

Desgraciadamente, un mes más tarde Luis fue fusilado la noche del 23 al 24 de agosto, en una terrible saca de 80 personas, conocida como la “saca de la puerta del Cambrón”, pues por aquella puerta salieron las víctimas de aquella matanza. Los rojos la justificaron, y aún la justifican, como una reacción de “ira incontenible del pueblo” ante un bombardeo – de la aviación roja- que causó ocho víctimas mortales en Toledo, pero lo cierto es que las “milicias enfurecidas” del Frente Popular que tomaban las cárceles al asalto, siempre llevaban la consabida lista negra en la mano, con los nombres de los condenados.

Lo cierto es que quienes en la noche del 23 de agosto arrastraron a los dos hermanos Moscardó a la muerte sabían perfectamente a quiénes llevaban a fusilar; los condenaron a muerte solo por ser hijos del jefe de los defensores del Alcázar. El granadino los buscó expresamente:”¡A ver, los dos hijos de Moscardó, quiénes son, que no se escondan que los vamos a encontrar de todas maneras!”. Luis tuvo el consuelo de ver como su hermano pequeño, Carmelo, se libraba (al menos ese día) de la muerte, pues lo soltaron en el último momento de la cuerda de reos al interceder por él el mismo Granadino; “Tan joven es cobardía”- argumentó aquel hombre. “Dejádmelo a mi para que lo convierta en un buen revolucionario”.

Carmelo contó después que por las bromas groseras y gestos de los milicianos (“no os llevéis las mantas, que no las vais a necesitar”, etc), aunque les dijeron que los llevaban al penal de Ocaña, muchos ya sabían cual iba a ser su destino. El granadino le dijo, rotundo, a Carmelo: “despídete de tu hermano”, lo que Carmelo hizo dándole a Luis un fortísimo abrazo. Luis se encaminó finalmente a la muerte atado a la mano de don José Polo Benito, Dean de la Catedral de Toledo, un bravo salmantino de 57 años, que fue beatificado en Roma en 28 de octubre de 2007, junto a 498 mártires españoles más, víctimas de la persecución religiosa en España. 21 de esos mártires beatificados, encontraron la muerte esa noche en Toledo.

beato jose polo benito

Beato José Polo Benito (1879-1936)

Precisamente, la exhumación y estudio forense de los restos del beato Polo Benito previos a su beatificación en 2007, nos dan idea de cómo fueron a la muerte esos 80 hombres. El cadáver del deán de la Primada aún muestra los brazos atados a la espalda y los dedos engarfiados. Iban, por tanto, atados de dos en dos, con los brazos a la espalda unidos por las
muñecas. De este modo se hacía imposible escapar de la cuerda de condenados.

Imaginemos el estado de Luis, como todos los demás, despeinado, con barba crecida de un mes, tras cuatro semanas sin lavarse ni mudarse de ropa en la cárcel, en pleno julio; lleno de miseria, sucio, con hambre y sed. Los sacaron de la cárcel provincial, andando de noche por las calles de Toledo, con el alumbrado apagado, con el engaño de que iban a ser trasladados al penal de Ocaña. Algunos iban rezando el rosario. En cuanto cruzaron la puerta del Cambrón, los dividieron en dos grupos; unos fueron dirigidos a la explanada del matadero, cerca del puente de San Martín. En ese grupo iba Luis. Los demás fueron conducidos hacia la fuente de Salobre.

El camión con las ametralladoras, los fusiles y la munición había salido una hora antes, y los piquetes de ejecución, formados por milicianos voluntarios de los partidos de izquierdas y de los sindicatos, ya estaban esperándoles en silencio en la oscuridad. En un momento dado, se acabó la farsa del supuesto traslado y los milicianos los pusieron contra la pared. El padre José Polo Benito les increpó enérgicamente por la infamia que iban a acometer, mentándoles el castigo de Dios. El miedo no enmudeció al Dean de la Primada. Viendo su fin irremediable, el padre Polo Benito animó a sus compañeros de martirio en sus últimos momentos. Un testigo de la matanza le contó al general Moscardó que Luis murió dando vivas a España, como tantos otros españoles en esa crítica situación. Fueron primero ametrallados, después les dispararon con fusiles y por último los agonizantes fueron rematados con tiros de gracia o a culatazos.

Polo Benito fue rematado con especial saña por soltarles “el sermoncito” a los del piquete. Los cadáveres de sacerdotes, militares, industriales y demás civiles de diversa condición fueron dejados al raso aquella noche, tras ser despojados de los objetos de valor por sus asesinos. Al amanecer del día 24 de agosto los cuerpos fueron transportados en camiones al depósito de cadáveres de Nuestra Señora del Sagrario, y dejados allí en un espantoso amasijo antes de acabar en una fosa común a la que los enterradores echaron cal viva, que dejó los
cuerpos en los huesos en pocos meses.

El cadáver del joven Luis Moscardó fue identificado por sus zapatos y la hebilla del cinturón, y recuperado de dicha fosa en enero de 1941. En la actualidad yace junto a sus padres y hermanos en el panteón del Alcázar de Toledo, inaugurado en 1943.

El 28 de septiembre de 1936 el coronel Moscardó apenas pudo disfrutar de la alegría de la victoria; los primeros pasos que dio por el Toledo liberado se los amargó un malintencionado mensajero de la muerte, que le anunció con regodeo el asesinato a manos de los rojos de dos de sus hijos: Luis y José. Su hijo mayor, José, había sido fusilado por milicianos anarquistas en las tapias del cementerio de Montjuic, junto a cinco militares más, el día 23 de julio. Don José, que sentía por sus hijos un profundo amor paternal, experimentó un inmenso dolor al conocer el fatal destino de Luis y José, del que no se sobrepuso hasta su muerte, casi 20 años después, según testimonio de su nieto, don Fernando Esquivias Moscardó. La esposa del general, doña María Guzmán Palanca, solía decir que la alegría de su marido quedó enterrada entre las ruinas del Alcázar – como señala el biógrafo del general Moscardó, comandante Benito Gómez Oliveros.

Tuvo, sin embargo el general, el consuelo de volver a ver a su esposa y a Carmelo en las calles de Toledo. Los esposos no se reconocieron, por lo mucho que los habían desfigurado el sufrimiento y las privaciones en setenta días. Durante el largo sitio del Alcázar, Moscardó había llegado a pensar que de los siete miembros de la familia quizás sólo quedaran el pie Marichu y él. María Dolores y Carmelo también pasaron un calvario. La esposa de Moscardó fue sometida a un “Juicio popular” y torturada moralmente de continuo con las salvajadas que le decían los milicianos sobre su marido. Carmelo, de 16 años, fue sacado de la cárcel y llevado a fusilar “en falso” en varias ocasiones. Esta práctica fue muy común entre los milicianos, que hacían creer a su víctima que había llegado su última hora. Mucha gente se volvió loca de terror y perdió la cabeza por completo con aquel juego sádico. El infeliz Carmelo, muy religioso, rezaba sus oraciones y se disponía a bien morir cada vez, para encontrarse con las burlas y risotadas de los milicianos. ”Te he salvado yo, no tu Dios”- le decía burlón el que dirigía al grupito de mamarrachos.

La alegría de madre e hijo al reencontrarse con su esposo y padre respectivamente fue enorme, porque en la cárcel los carceleros rojos les habían asegurado, con todo lujo de detalles espeluznantes, que el Alcázar había sido tomado y que el coronel Moscardó había sido fusilado y arrastrado por las calles. Los últimos angustiosos días los habían pasado madre e hijo presos en el manicomio de Toledo, desfallecidos de hambre, pero protegidos de la muerte por un enfermero amigo. Miguel Moscardó, que iba con las tropas que liberaron el Alcázar, pudo reunirse también con sus padres y sus hermanos.

Traslado de los restos de Luis Moscardó, enero de 1941.

(Cortesía de F. Esquivias Moscardó)

  Reverso de la fotografía del entierro de Luis Moscardó. Escrito de puño y letra por su padre, se puede leer:
Entierro de los restos de mi LuisCementerio de Toledo. 14 enero 1941

   Dos placas de mármol que recordaban en Toledo el asesinato de Luis Moscardó Guzmán y 79 personas más a manos de las milicias del Frente Popular fueron retiradas por el primer alcalde socialista de la “democracia”, sin duda ansioso de borrar el pasado sangriento de su partido político. Los marxistas pierden guerras y arruinan países enteros, pero suelen ganar la guerra sucia de la propaganda a la que dedican abundantes recursos ajenos. Son los campeones de la mentira; siguen empeñados hoy, igual que entonces, en demostrar que todo lo  sucedido  en  la defensa  del  Alcázar  fue un sueño, una “invención” de la  propaganda  franquista.  Eppure è successo, y, por mucha tinta y saliva que gasten estos falsarios, nunca podrán borrar lo que allí ocurrió.

   Nosotros seguiremos recordando con veneración y agradecimiento a nuestros mayores, que vieron sus vidas rotas por unos brutales acontecimientos de los que fueron, en gran medida, actores involuntarios, y continuaremos admirando su valor y su sacrificio, pues gracias a ellos crecimos en un país libre.  

                                                                                                                                                    Familiares de Víctimas de la Revolución Española

Fuentes:
Don Fernando Esquivias Moscardó.
Arias, Inocencio. Los presidentes y la diplomacia. Editorial Plaza y Janés. Barcelona, 2012.
Bullón de Mendoza, A.; Togores, L.E. El Alcázar de Toledo; final de una polémica. Madrid, 1997.
Caballero, Padre José. Diario de campaña de un capellán legionario. Madrid, 1976.
Castro Delgado, E. Hombres made in Moscu. Barcelona, 1963.
Gallego, Gregorio. Madrid, corazón que se desangra. Madrid, 1976.
Gómez Domingo, M. (Rienzi) ¡Guerra! Valladolid, 1937
Gómez Oliveros, B. General Moscardó; sin novedad en el Alcázar. Barcelona, 1956.
Moscardó, Jose. Notas al vuelo sobre la muerte de mi hijo Luis. Archivo de Moscardó, citado por Bullón de Mendoza, A. y Togores, L. en “El Alcázar de Toledo, final de una polémica”.
Palomino, Ángel. Defensa del Alcázar. Una epopeya de nuestro tiempo. Editorial Planeta. Barcelona, 1988.

Fuentes de Internet:
aalmadosmartires-osnossosmodelos. https://psicod.org
elalcazar.org religionenlibertad.com
www.persecucionesreligiosas.es, creada por el Padre Jorge López Teulon
blog Toledo olvidado. Eduardo Sánchez Butragueño
toledogce.blogspot.com
https://youtu.be/u0hCkC-FCXA Mitos al descubierto. El asedio del Alcázar de Toledo. Alfonso Bullón de Mendoza.

 

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Luis Moscardó Guzmán (1912-1936)
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Luis Moscardó Guzmán (1912-1936)
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Si ustedes visitan actualmente el Alcázar de Toledo, lo más probable es que el guía no les diga la verdad sobre el destino del joven hijo del coronel Moscardó, Luis Moscardó Guzmán.
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